22 de septiembre de 2012

lucha de clases en Europa y las raíces de la crisis económica mundial

François Chesnais, Sin Permiso

Después de haber sido presentada durante mucho tiempo como “deuda de los Estados”, la crisis de los bancos europeos y del euro se desarrolló con rapidez creciente a partir de octubre de 2011. Su marco es la crisis económica y financiera mundial en curso desde hace más de cuatro años y constituye un momento de la misma en el terreno específicamente financiero. En las primeras fases de la crisis, el epicentro de la misma estuvo en Wall Street y la City. La dimensión y alcance del shadow banking system y la debilidad de las medidas de seguridad introducidas después de las declaraciones del G20 de Londres en mayo 2009 hacen que estos dos centros neurálgicos de las finanzas, tarde o temprano, marcharán hacia nuevas convulsiones financieras. Por el momento, el escenario está en Europa y la zona del euro. Desde mediados de octubre, para seguir la crisis harían falta un artículo o más por semana. Lo impiden tanto la periodicidad de Carré rouge como los objetivos del colectivo que la edita. Este artículo toma distancia de la situación inmediata. 

La crisis financiera europea es la manifestación, en la esfera de las finanzas, de la situación de semiparálisis en que se encuentra la economía mundial. En este momento es su manifestación más visible, pero de ningún modo la única. Las políticas de austeridad aplicadas simultáneamente en la mayor parte de los países de la Unión Europea contribuyen a la espiral recesiva mundial, pero no constituyen su única causa. Fueron elocuentes los encabezamientos de la nota de perspectiva de septiembre de 2011 de la OCDE: “La actividad mundial está cerca del estancamiento”, “El comercio mundial se contrajo, los desequilibrios mundiales persisten”, “En el mercado del trabajo, las mejoras son cada vez menos perceptibles”, “La confianza ha disminuido”, etcétera. Luego de las proyecciones de Eurostat a mediados de noviembre de una contracción económica de la UE, a la que no escaparía ni siquiera Alemania, la nota de la OCDE del 28 de noviembre señala un “considerable deterioro”, con un crecimiento del 1,6% para el conjunto de la OCDE y del 3,4% para el conjunto de la economía mundial.

Comprensiblemente, la atención de los trabajadores y los jóvenes de Europa está centrada en las consecuencias del “fin de trayecto” y el “sálvese quien pueda” de las burguesías europeas. La crisis política de la UE y la zona euro, así como las interminables vacilaciones del BCE alrededor del financiamiento directo de los países en mayores dificultades, son sus manifestaciones más visibles. Se tiende a endurecer las políticas de austeridad y a montar un operativo de “salvataje total” del que no escape país alguno. Sin embargo, la situación europea no puede ser comprendida independientemente de la consideración de la situación de la economía mundial en su totalidad.

La CNUCED comienza su informe señalando que “el grado de integración e interdependencia económicas en el mundo actual no tiene precedentes” (CNUCED, 2011).Este reconocimiento es un innegable progreso intelectual en el que muchos comentadores e, incluso, militantes de izquierda bien podrían inspirarse. El campo de la crisis es el del “sistema de cambio internacional más desarrollado” del que ya habla Marx en sus tempranos escritos económicos (Marx, 1971: 161). Hoy, tras la reintegración de China y la plena incorporación de la India en la economía capitalista mundial, la densidad de las relaciones de interconexión y la velocidad de interacciones en el mercado mundial alcanzan un nivel jamás visto anteriormente. Este es el marco en el que deben ser abordadas las cuestiones esenciales: la sobreacumulación y superproducción, los superpoderes de las instituciones financieras y la competencia intercapitalista.

No hay ningún “fin de crisis” a la vista


En el usual lenguaje económico de inspiración keynesiana, el termino “salida de la crisis” indica el momento en que la inversión y el empleo se recuperan. En términos marxistas, es el momento en que la producción de valor y plusvalor (tomando y haciendo trabajar a los asalariados y vendiendo las mercancías a fin de realizar su apropiación por el capital) está basada en la acumulación de nuevos equipos y la creación de nuevas capacidades de producción. Son muy raras las economías que, como es el caso de China, a pesar de estar insertas en relaciones de interdependencia, sigan disfrutando de cierta autonomía de modo tal que la salida de la crisis pueda concebirse a nivel de la economía del Estado-nación. Todas las demás están insertas en relaciones de interdependencia que determinan que el cierre del ciclo del capital (Dinero-Mercancía-Producto-Mercancía’-Dinero’) de la mayor parte de las empresas (en cualquier caso, de todas las grandes) se realice en el extranjero. Y los mayores grupos directamente deslocalizan todo el ciclo de una parte de sus filiales.

A esto se debe el alcance del atolladero registrado durante el último G20. A más de cuatro años del comienzo de la crisis (agosto 2007) y tres desde las convulsiones provocadas por la quiebra del banco Lehman Brothers (septiembre 2008), el conjunto de la situación está marcado por la incapacidad, al menos por el momento, del “capital” –los gobiernos, los bancos centrales, el FMI y los grupos privados de centralización y poder del capital colectivamente considerados– para encontrar medios que permitan crear una dinámica como la indicada a nivel de la economía mundial o, como mínimo, en muy grandes sectores de la misma. La crisis de la zona euro y sus impactos sobre un sistema financiero opaco y vulnerable son una expresión de esto. Pero esa incapacidad no implica pasividad política. Lo que ocurre simplemente es que la acción de la burguesía está cada vez mas movida exclusivamente por la voluntad de preservar la dominación de clase, en toda su desnudez. En lo que hace de manera inmediata y directa a los trabajadores de Europa, los centros de decisión capitalista buscan activamente soluciones capaces de proteger los bancos y evitar el inmenso choque financiero que significaría el default de pago de Italia o España, haciendo caer más que nunca todo el peso de la crisis sobre las clases populares. Un testimonio de esto es el desembarco (con pocos días de intervalo), en la cúpula de los gobiernos griego e italiano, de comisionados del capital financiero que fueron designados directamente por este, “evadiendo los procedimientos democráticos”. Lo testimonia asimismo la danza de rumores sobre proyectos de “gobernancia” autoritaria que están siendo discutidos en el seno de la zona euro. Esto tiene implicaciones políticas aún más graves para los trabajadores, porque viene acompañado por el refuerzo del carácter procíclico de las políticas de austeridad y privatización que contribuye a la nueva recesión en marcha.

Los incesantes llamados que desde el otro lado del Atlántico Norte hacen Barak Obama y el Secretario del Tesoro Tim Geithner para que los dirigentes europeos den una rápida respuesta a la crisis del euro traducen el hecho de que “el motor americano”, como dicen los periodistas, está “averiado”. Desde 1998 (rebote de la crisis asiática), el funcionamiento macroeconómico estadounidense fue construido casi enteramente sobre la base del endeudamiento de los hogares, las PyMEs y las colectividades locales. Este “régimen de crecimiento” está muy arraigado: reforzó con tanta fuerza el juego de los mecanismos de distribución desigual de los ingresos[1] que los dirigentes no tienen otra perspectiva a la cual aferrarse que el momento –lejano– en que la gente pueda (o esté en realidad obligada a) endeudarse nuevamente. Las diferencias “irreconciliables” entre Demócratas y Republicanos hacen a dos cuestiones interconectadas: cuál sería la mejor manera de desendeudar al Estado Federal desde esa perspectiva y si puede o, incluso debe endeudarse más para alcanzar tal objetivo. La incapacidad de concebir cualquier otro “régimen de crecimiento” refleja la casi intocable fuerza económica y política de la oligarquía político-financiera que constituye ese 1%. El movimiento OWS es un primer signo del resquebrajamiento de esta dominación, pero, hasta que no se produzca un terremoto mundial que incluya a los Estados Unidos, la política económica norteamericana seguirá reducida a las inyecciones de dinero del Banco Central (la Fed), o sea, a hacer funcionar la máquina de fabricar billetes, sin que nadie sepa hasta cuándo puede durar eso.

China e India pueden ayudar, como lo hicieron en 2009, a limitar la contracción de la producción y del comercio. En particular, China seguirá –pero con más dificultades que antes– ayudando a surfear la contracción mundial. Con la plena integración de India y de China en la economía se produjo un salto cualitativo en la dimensión del ejército industrial de reserva a disposición del capitalismo mundial en su conjunto. Adicionalmente, debe recordarse que en China se encuentran algunos de los más importantes focos de sobreacumulación y de sobreproducción. Se habla mucho del efecto de tijeras entre la gran baja de los PIB de los países capitalistas industriales “viejos” y el ascenso de los “grandes emergentes”, y la crisis también aceleró la finalización del período de hegemonía mundial de los Estados Unidos (hegemonía económica, financiera y monetaria desde los años 1930, hegemonía militar no compartida a partir de 1992). Sin embargo, China no está de ninguna manera en condiciones de tomar la posta de los Estados Unidos como potencia hegemónica.

Lo novedoso de la gran cuestión política del período


Este artículo trata de repasar la raíz y la naturaleza de las crisis capitalistas que se han hecho particularmente notorias con la actual crisis y situar a esta en la “historia larga”. La crisis que está en curso estalló al término de una fase muy larga (más de cincuenta años) de acumulación casi ininterrumpida: la única fase de esta duración en toda la historia del capitalismo. Precisamente, la crisis puede durar muchos años, hasta una década, porque tiene como sustrato una sobreacumulación de capacidades de producción especialmente elevada y, como excrecencia, una acumulación de capital ficticio de un monto también sin precedente. Por otro lado, la muy difícil situación de los trabajadores en cualquier parte del mundo –por diferenciada que sea la misma de continente a continente e, incluso, de país a país, debido a sus anteriores trayectorias históricas– resulta de la posición de fuerza ganada por el capital, gracias a la mundialización del ejército industrial de reserva con la extensión de la liberación de los intercambios y de la inversión directa en China.

Si en un horizonte temporal previsible no hay “salida de la crisis” para el capital, de manera complementaria y antagónica, el futuro de los trabajadores y de los jóvenes depende, en gran medida, si no enteramente, de la capacidad para abrirse espacios y darse “tiempos de respiración” políticos propios, a partir de dinámicas que, hoy, solo ellos pueden movilizar. Estamos en una situación mundial en la cual lo decisivo ha pasado a ser la capacidad que logren estos movimientos –nacidos sin aviso– para organizarse de tal modo que conserven una dinámica de “autoalimentación”, incluso en situaciones en las que no existan, a corto plazo, desenlaces políticos claros o definidos. En Túnez, Grecia o Egipto, pero también en los Estados Unidos el movimientos OWS, en el especial contexto nacional de la principal potencia capitalista del mundo y un espacio geográfico continental, lo mejor que los militantes pueden hacer es ayudar a que los actores de los movimientos con esta potencialidad afronten los diversos y numerosos obstáculos con que chocan, y defender la idea de que, en última instancia, las cuestiones sociales decisivas son “quién controla la producción social, con qué objetivo, según qué prioridades y cómo puede ser construido políticamente ese control social”. Posiblemente sea este el sentido de los procesos y consignas “transicionales” hoy en día. Algunos podrán decir que siempre fue así... Pero, dicho en los términos que acabo de utilizar, para gran cantidad de militantes constituye una formulación en gran medida –si no completamente– novedosa.

La valorización “sin fin y sin límites” del capital como motor de la acumulación


Antes de retomar la crisis iniciada en 2007, es preciso explicitar los resortes de la acumulación capitalista. Detengámonos un instante en la teoría de la acumulación en el largo plazo. El objetivo es ayudar, partiendo de una comprensión precisa de los resortes del movimiento de acumulación capitalista, a facilitar la explicitación de la naturaleza de las crisis y a situar cada gran crisis en la historia social y política mundial. Como escribió Paul Mattick, al comentar una indicación de Engels, “ninguna crisis real puede ser entendida si no se la sitúa en el contexto más amplio de desarrollo social global” (Mattick, 1977: 39). La magnitud y los rasgos específicos de las grandes crisis son la resultante de los medios a los que el capital (en un sentido que incluye a los gobiernos de los países capitalistas más importantes) utilizó en el período precedente para “superar estos límites inmanentes” antes de ver “que vuelven a levantarse estos mismos límites todavía con mayor fuerza” (Marx, 1973: III, 248). Las crisis estallan en el momento en que el capital queda nuevamente “reatrapado” por sus contradicciones, enfrentado a las barreras que él mismo se crea. Mientras más importantes hayan sido los medios utilizados para superar sus límites, más prolongado haya sido el tiempo en que esos medios de superación lograron su objetivo, y más pudieron diferir su revelación, más importante será la crisis y más difícil la búsqueda de nuevos medios para “superar estos límites inmanentes”. De este modo, la historia invade la teoría de las crisis.

Cada generación lee y relee a Marx. Y lo hace tanto para seguir la evolución histórica como también para dar cuenta de la experiencia de dificultades teóricas con las que tropezó. Durante muchas décadas predominó la problemática del desarrollo de las fuerzas productivas en sus distintas variantes, con las reminiscencias de las teorías del progreso que la misma podía todavía arrastrar. Hoy, el Marx que, como militante-investigador, hay que leer es el que ayuda a comprender lo que significa la toma del poder de las finanzas D, el dinero en toda su brutalidad, aquel sobre el que escribió en los Manuscritos de 1857-58 diciendo que “el capital […] en tanto representante de la forma universal de la riqueza –el dinero– constituye el impulso desenfrenado y desmesurado de pasar por encima de sus propias barreras” (Ibíd.: 276). O también el que sostiene, en El capital, que la “la circulación del dinero como capital lleva en sí mismo su fin, pues la valorización del valor sólo se da dentro de este proceso constantemente renovado. El movimiento del capital es, por tanto, incesante” (Ibíd.: I, 108). A lo largo del siglo XX, mucho más que en el momento en que Marx lo estudiara, el capital evidenció un profundo nivel de indiferencia en cuanto al uso social de las mercancías producidas o a la finalidad de las inversiones.

Desde hace treinta años, la “riqueza abstracta” ha tomado cada vez más la forma de masas de capital-dinero en busca de valorización colocadas en las manos de instituciones –grandes bancos, sociedades de seguro, fondos de pensión y Hedge Funds– cuyo “oficio” es el de valorizar sus haberes de manera puramente financiera, sin salir de la esfera de los mercados de títulos y de activos ficticios “derivados” de títulos, sin pasar por la producción. En tanto que las acciones y los títulos de deuda –pública, de las empresas o los hogares– solo son “vales”, derechos a apropiarse de una parte del valor y de la plusvalía, concentraciones inmensas de dinero se vuelcan al “ciclo corto Dinero-Dinero” que representa la suprema expresión de lo que Marx llama el fetichismo del dinero. Expresada mediante formas cada vez más abstractas, ficticias, “nocionales” (término utilizado por los economistas de las finanzas) de dinero, la indiferencia ante las consecuencias de la valorización sin fin y sin límites del capital impregna la economía y la política, incluso en “tiempos de paz”.

Los rasgos principales del capital a interés que fueron destacados por Marx –mantenerse “al margen del proceso de producción” y presentar “el interés como el verdadero fruto del capital, como lo originario, y con la ganancia transfigurada ahora como ganancia de empresario, como simple accesorio y aditamento añadido en el proceso de reproducción” (Ibíd.: III, 374)– hoy enfrentan a los dirigentes capitalistas con toda la sociedad, con el conjunto de la sociedad. Lo que ocurre a nivel de la distribución (el 1% frente al 99%, según dice la consigna de los militantes de OWS) es solo la expresión más fácilmente perceptible de procesos mucho más profundos. En la cúspide de los grandes grupos financieros –tanto en los llamados “con predominio industrial” como en los demás–, existe una fusión casi completa entre el “capital-propiedad” y el “capital-función”, que Marx identificara para oponerlos parcialmente. “La era de los managers” dejó lugar a otra en la cual hay una identidad de visión casi completa entre los accionistas y los dirigentes. Para un capital en el que las finanzas están en el puesto de mando, la búsqueda “desenfrenada y desmesurada” de la valorización debe ser conducida mucho más implacablemente si el sistema está en crisis. Los “vales” sobre la producción en forma de dividendos o intereses están amenazados y alcanzan montos que después de los años 1920 nunca habían sido tan elevados. Es por esto que, ya sea que se trate de los trabajadores que el capital emplea pese a la situación de sobreproducción, o de los recursos básicos que se rarifican o incluso de la posición a adoptar frente al cambio climático y sus previsibles consecuencias, el reflejo predominante en el capital tomado de conjunto es intensificar la explotación de “las dos fuentes originales de toda riqueza: la tierra y el hombre” (Ibíd.: I, 424) y esto, ilimitadamente, hasta el agotamiento, sean cuales fueren las consecuencias. No puedo extenderme acá en el análisis de las cuestiones ecológicas y su interacción con el movimiento de la acumulación y sus contradicciones, pero cabe señalar que, con la crisis, estas interacciones se hacen aún más estrechas, como lo muestra el último informe de la Agencia Internacional de la Energía (Reverchon, 2011).

Centralización y concentración del capital e intensificación de la competencia intercapitalista


La idea asociada a la expresión “los amos del mundo”, la de una sociedad planetaria del tipo de Metrópolis de Fritz Lang, acaba de ser reforzada por la difusión de un estudio estadístico muy importante sobre las interconexiones financieras entre los más grandes bancos y empresas transnacionales, publicado por el Instituto Federal Suizo de la Tecnología de Zurich (Vitali et al.). Sería necesario un artículo entero para examinar la metodología, los datos de base y las conclusiones de este ambicioso estudio, cuyos resultados tienen importantes implicaciones pero deben ser cruzados con otros hechos. ¿Qué sentido tiene clasificar a cinco grupos financieros franceses (Axa en el cuarto lugar y la Société Générale en el puesto veinticuatro) entre los cincuenta primeros grupos mundiales en base al número de sus lazos (caracterizados como de “control”) con otros bancos y empresas? ¿Cómo reconciliar esta información, con la exigencia de acudir al salvataje de esos mismos grupos? ¿No será que la densidad de interconexiones financieras traduce sobre todo el flujo de operaciones financieras en las que los grupos en cuestión son intermediarios, y los numerosos lazos solo tendrían el estatuto de nudos del sistema y no el de centralizadores de valor y de plusvalía?[2]

En todo caso, la publicidad dada al estudio exige hacer dos tipos de observaciones teóricas que son, al mismo tiempo, indispensables para comprender la situación mundial. Los procesos de liberalización y privatización fortalecieron muchísimo los mecanismos de centralización y de concentración del capital, tanto a nivel nacional como de manera transnacional. Son procesos que alcanzaron tanto al “Sur” como al “Norte”. En determinados sectores de los países llamados “emergentes” –la banca y los servicios financieros, la agroindustria, la minería y los metales básicos– hemos visto la centralización y la concentración del capital y su expansión hacia los países vecinos. En Brasil y Argentina, por ejemplo, la formación de poderosas “oligarquías” modernas marchó a la par de fuertes procesos endógenos de acumulación financiarizada y la valorización de “ventajas comparativas” acordes a las necesidades en materias primas de esta acumulación mundial en la que China pasó a ser el pivote. Especialmente en Brasil se han constituido oligopolios que rivalizan con sus pares norteamericanos o australianos en la extracción y la transformación de metales y la agroindustria. Debido a la mundialización, las interconexiones entre los bancos y entre bancos y empresas comprometidas con la producción industrial y los servicios, ha pasado a ser más fuertemente transnacional que en cualquier otro momento. El campo de acción de lo que Lenin llamaba “entrelazamiento”, es la economía mundial. No por eso el capital es monolítico. El entrelazamiento no borra la competencia entre los oligopolios que, en ocasión de la crisis, recuperan rasgos nacionales y comportamientos poco cooperativos. Lo que hoy prevalece en el arena mundial es lo que Marx llama “la anarquía de la producción”, cuyo aguijón es la competencia, incluso si el monopolio y el oligopolio son la forma absolutamente dominante de los “múltiples capitales” que conjuga el capital considerado como totalidad. Los Estados, o más exactamente, algunos Estados, los que todavía tienen medios para ello, son cada vez más los agentes activos de esta competencia. El único Estado que en Europa continental conserva esos medios es Alemania. No ocurre lo mismo en Francia, donde la burguesía se hizo nuevamente financiera y rentista, dejó que se produjera un proceso de desindustrialización, se encerró en la opción energética de lo nuclear y ve ahora que sus “campeones nacionales” caen uno tras otro. Por eso las dudas respecto a la presencia de bancos franceses entre los cincuenta “amos del mundo”.

La otra gran observación referida a la centralización-concentración del capital nos devuelve a nuestro hilo conductor. La razón por la cual las leyes coercitivas de la competencia deshacen las tendencias que van en el sentido del acuerdo entre los oligopolios mundiales, es que el capital, por centralizado que sea, no tiene, sin embargo, el poder de liberarse de las contradicciones que le son consustanciales, así como no puede bloquear el momento en que vuelve a encontrarse con sus “límites inmanentes”.

El capital “reatrapado” por los métodos elegidos durante cuarenta años para superar las barreras inmanentes


Como ya dijimos, la actual crisis se produce al término de la fase de acumulación ininterrumpida más larga de toda la historia del capitalismo. Las burguesías aprovecharon plenamente la política aplicada por la URSS y más tarde por la China (especialmente en Indonesia entre 1960 y 1965) para contener la revolución social anticapitalista y antiimperialista en donde esta apareciera y para quebrar al movimiento antiburocrático, desde Berlín en 1953 y Budapest en 1965 hasta Tiananmen en 1989. El capital –los gobiernos de los principales países capitalistas con sus cambiantes relaciones con los núcleos privados de centralización del capital y de poder de las finanzas y de la gran industria– pudieron encontrar, a partir de 1978-1980, respuestas a las barreras resultantes de sus contradicciones internas. En 1973-1975, con la recesión, terminó el período llamado “los treinta gloriosos” cuyo fundamento fue –nunca será superfluo repetirlo– la inmensa destrucción de capital productivo y de medios de transporte y comunicación provocada por el efecto sucesivo de la crisis de los años 1930 y de la Segunda Guerra Mundial. El capital se encontró nuevamente confrontado con sus contradicciones internas, bajo la forma de lo que algunos han llamado “crisis estructural del capitalismo”.

Se dieron tres respuestas sucesivas –que no se reemplazaron, sino que se superpusieron unas a otras– que permitieron al capital prolongar la acumulación de más de treinta años. Fue en primer lugar –tras un último intento de “relanzamiento keynesiano” en 1975-77– la adopción, a partir de 1978, de políticas neoconservadoras de liberalización y de desreglamentación con que se tejió la mundializacion del capital. La “tercera revolución industrial” de las Tecnologías de la Información y la Comunicación estuvo estrechamente asociada con esto. Pero si bien las TIC fueron un factor que contribuyó a asegurar su éxito, se trató de una respuesta ante todo política. Estuvo basada en el fuerte basamento ideológico-político construido por Friedrich Hayek y Milton Friedman (Dardot & Laval, 2009). Luego, el “régimen de crecimiento” antes descrito, en el cual el sostén central de la acumulación pasaron a ser el endeudamiento privado y, en menor medida, el endeudamiento público. Y la tercera respuesta fue la incorporación, por etapas, de China en los mecanismos de la acumulación mundial, coronada con su ingreso en la Organización Mundial del Comercio. Tomando como hilo conductor la idea de que el capital se encuentra con que “vuelven a levantarse los mismos límites todavía con mayor fuerza” y, partiendo de los tres factores que acabo de señalar, puede apreciarse la magnitud y la probable duración de la gran crisis comenzada en agosto de 2007.

La sobreacumulación como fundamental sustrato de la crisis

La excepcional duración de la fase de acumulación, que tuvo momentos de desaceleración y una cantidad creciente de advertencias (especialmente la crisis asiática de 1988), pero nunca un verdadero corte, a la que se suma la integración de China, al finalizar ese período, en el mercado mundial, hacen que la sobreacumulación sea la mayor barrera que el capital encuentra, nuevamente, frente sí. Más allá de los rasgos específicos de cada gran crisis, la razón primera de todas ellas es la sobreacumulación de capital. La insaciable sed de plusvalía del capital y el hecho que el capital “se paraliza, no donde lo exige la satisfacción de las necesidades, sino allí donde lo impone la producción y realización de la ganancia” (Marx, 1973: III, 276), explican que las crisis siempre sean crisis de sobreacumulación de medios de producción, cuyo corolario es la sobreproducción de mercancías. Esta sobreacumulación y sobreproducción son “relativas”, su punto de referencia es la tasa mínima de ganancia con la cual los capitalistas continúan invirtiendo y produciendo. La amplitud de la sobreacumulación hoy se debe a que las condiciones específicas que condujeron a la crisis y a su duración ocultaron durante mucho tiempo el subyacente movimiento de caída de la ganancia. Es algo completamente distinto a la clásica euforia de los booms de fin de ciclo. Menos aún se trata de acciones imputables a los traders.

En el caso de los Estados Unidos y los países de la UE, hubo una desactivación de los mecanismos de advertencia debido al endeudamiento cada vez más elevado posibilitado por las “innovaciones financieras”. En el caso de China, son razones políticas las que impiden que la caída de la tasa de ganancia llegue a frenar la acumulación de nuevas capacidad productivas y, menos aún, a detenerla (Gaulard, 2010). En cada gran crisis, la sobreacumulación de capacidades de producción y la superproducción de mercancías se da en sectores e industrias específicas. La crisis conduce por contagio al estado de superproducción en otras industrias y sectores. El nivel de análisis pertinente es sectorial y, frecuentemente, nacional. A partir del momento en que la crisis financiera comenzó, en 2007-2008, a dificultar los mecanismos de endeudamiento y provocar la contracción del crédito (el “credit crunch”), algunos sectores (el inmobiliario y la construcción en los EEUU, Irlanda, España y el Reino Unido) y algunas industrias (la automotriz en los EEUU y todos los países fabricantes en Europa) evidencian estar con una muy fuerte sobrecapacidad. Aún hoy se encuentran stocks de edificios de habitaciones y oficinas sin vender ni alquilar. En las industrias eléctricas y mecánicas, las sobrecapacidades de los rivales oligopólicos más débiles (Renault, Peugeot, Fiat, Goodyear) y de sus proveedores fueron reabsorbidas por el cierre de establecimientos y la destrucción o deslocalización de las maquinarias. Pero las sobrecapacidades mundiales se mantienen intactas.

A fines de 2008 y el 2009 hubo una destrucción de “capital físico”, de capacidades de producción en Europa y los EEUU. Los efectos de saneamiento con vistas a una “recuperación” fueron contrarrestados por la continuación de la acumulación en China. De 2000 a 2010, el crecimiento de la inversión fija bruta en China fue de un promedio del 13,3% por año, de tal modo que el porcentaje de la inversión fija en el PBI saltó del 34% al 46%. Esta expansión de la inversión no se debe tanto al aumento de los gastos gubernamentales del que los otros miembros del G20 se felicitaron en 2009, sino que, más bien, es la resultante de mecanismos profundos reveladores de procesos incontrolados o se debe a una verdadera a fuga hacia adelante. Los primeros están relacionados con la encarnizada competencia que las provincias y las grandes municipalidades mantienen por la inversión en las industrias manufactureras y la construcción. Está en juego el prestigio, pero también los ingresos ocultos de sectores enteros de la “burocracia-burguesía” china. Los ministerios en Beijing reconocen la existencia de sobrecapacidades muy importantes en las industrias pesadas.[3] ¿Por qué, entonces, no intervienen? Porque las relaciones políticas y sociales características de China han encerrado al Partido Comunista Chino en la siguiente situación. Como condición para un mínimo de paz social (ver la multiplicación de huelgas y el artículo de Jacques Chastaign), la dirección del PCC prometió al pueblo “el crecimiento” e, incluso, ha calculado que una tasa de crecimiento del 7-8% era el mínimo compatible con la estabilidad política. Pero el crecimiento no puede descansar sobre el consumo de la mayoría de la población, el PCC no puede conceder a los trabajadores las condiciones políticas que le permitan luchar por alza de salarios, ni establecer servicios públicos (salud, educación universitaria, seguros a la vejez), puesto que en la tradición política china, de la cual Tienanmen fue el gran jalón, esto sería interpretado como un signo de debilitamiento de su control político. Los 7-8 % de tasa de crecimiento fueron obtenidos, entonces, mediante una demencial expansión del sector de bienes de inversión (el sector I en los esquemas de reproducción ampliada). La caída, entre 2000 y 2010, del porcentaje del consumo privado en el PBI del 46% al 34% da una dimensión de la encrucijada en que se colocó el PCC. El excedente comercial de China es “solamente” del 5-7% del PBI, pero sus ventas representan casi el 10% de las exportaciones mundiales. Las exportaciones son la sopapa de la sobreacumulación de China y el canal a través del cual esta crea un efecto depresivo sobre todos los países que sufren la competencia de los productos chinos. Esto provoca un efecto de rebote de tal modo que, desde el verano, China experimenta una disminución de sus exportaciones. La destrucción de las capacidades de producción de la industria manufacturera de muchos países de los que se habla poco (textil en Marruecos, en Egipto y Túnez, por ejemplo), pero también en otros de los que se habla más, en donde fue contrapartida de la exportación de productos resultantes de las ramas tecnológicas de metales ferrosos y no ferrosos y de la agroindustria (caso de Brasil), expresa el peso que la superproducción china hace caer sobre el mercado mundial en su conjunto.

Peso aplastante del capital ficticio y poder casi inconcebible de los bancos


Volvamos ahora a las finanzas y al capital ficticio, que vengo tratando desde 2007 en mis artículos y en el reciente libro Les dettes illégitimes. Efectivamente, el segundo rasgo específico de la crisis actual es que estalló después de haber recurrido, como mínimo durante veinte años, al endeudamiento como la gran forma de sostén de la demanda en los países de la OCDE. Este proceso conllevó una creación extremadamente elevada de títulos que tienen el carácter de “vales” sobre la producción presente y futura. Estos “vales” tienen un fundamento cada vez más estrecho. Al lado de los dividendos sobre las acciones y de los intereses sobre préstamos a los Estados, estuvo el crecimiento del crédito al consumo y del crédito hipotecario, que son punciones directas sobre los salarios. El peso del capital se ejerce sobre los asalariados, simultáneamente, en el lugar de trabajo y como deudor ante los bancos. Son, pues, “vales” cada vez más frágiles los que sirvieron como base para una acumulación (utilizo este palabra a falta de una mejor) de activos “ficticios a la enésima potencia”. La crisis de los créditos hipotecarios subprime destruyó momentáneamente una pequeña parte. Pero ni siquiera los bancos centrales conocen realmente su astronómico monto, ni –en razón del sistema financiero “en la penumbra”– los circuitos y tenedores exactos. Apenas disponemos de muy vagas estimaciones. Lo que hemos denominado financiarización ha sido la inmersión casi estructural en una situación descripta por Marx en un párrafo poco comentado del primer capítulo del libro II de El capital. Señala que, por extraño que pueda parecer en pleno triunfo del capital industrial,
“El proceso de producción no es más que el eslabón inevitable, el mal necesario para poder hacer dinero. Por eso todas las naciones en que impera el sistema capitalista de producción se ven asaltadas periódicamente por la quimera de querer hacer dinero sin utilizar como medio el proceso de producción” (Marx, 1973: II, 52).
A partir de los años 1980, en los países capitalistas centrales encabezados por los Estados Unidos, la “quimera” comenzó a tomar un carácter casi estructural. Las finanzas han dado a esta quimera, fruto del fetichismo del dinero, respaldos político-institucionales muy fuertes. Consiguió hacer que el “poder de las finanzas”, y las fetichistas creencias que el mismo arrastra, se sustenten en un grado de mundialización especialmente financiera inédito en la historia del capitalismo. La pieza clave de este poder es la deuda pública del los países de la OCDE. En un primer tiempo, a partir de 1980, el servicio de la deuda produjo, por medio de los impuestos, una inmensa transferencia de valor y plusvalor hacia los fondos de inversión y los bancos, con el canal de la deuda del Tercer Mundo, por supuesto, pero a una escala mucho más elevada por las de los países capitalistas avanzados. Esta transferencia es una de las causas de la profunda modificación en la distribución del ingreso entre el capital y el trabajo. A medida que más reforzaba el capital su poder social y político, en mejores condiciones estaban las empresas, los tenedores de títulos y los mayores patrimonios de actuar políticamente para liberarse de las cargas impositivas. La obligación de que los gobiernos recurrieran a los préstamos creció continuamente. A partir del primer gobierno de Clinton, en los Estados Unidos comenzaron a verse, no ya políticas monetarias de regulación de las finanzas, sino un principio de “captura del Estado” por los grandes bancos (Johnson & Kwak, 2010). La designación de Robert Rubin, Presidente de Goldmann Sachs, constituyó un momento de esa captura. La crisis de septiembre de 2008, con Henry Paulson en las palancas de mando, completó el proceso. Este condujo a la fase actual, que está marcada por una contradicción característica del respaldo al crecimiento durante un período tan prolongado. En los meses que vienen tomaremos conciencia de manera cada vez más aguda –no sólo los redactores y lectores de esta publicación, ¡sino también los “actores” y los que deciden!–. Los “mercados”, es decir, los bancos y los inversores financieros, dictan la conducta de los gobiernos occidentales poniendo como eje –como tan claramente pudo verse en Grecia– la defensa de los intereses económicos y políticos de los acreedores, sean cuales fueren las consecuencias en términos de sufrimiento social. Pero en razón del monto y de las condiciones de acumulación de activos ficticios, en cualquier momento puede desencadenarse una gran crisis financiera, aunque no puedan preverse ni el momento ni el lugar del sistema financiero en que estalle.

Las razones van más allá de las características de las operaciones bancarias en las que generalmente se pone el acento –naturaleza de los activos ficticios, depuración muy incompleta de los activos tóxicos de 2007, especialmente por los bancos europeos, dimensión de lo que acaba de designarse como “efecto palanca”,[4] etcétera–. El capital sufre de una aguda falta de plusvalía, carencia que la sobreexplotación de los trabajadores empleados (consecuencia del ejército industrial de reserva), así como el pillaje de recursos del planeta, compensan cada vez menos. Si la masa de capital puesto en la extracción de plusvalía se estanca o retrotrae, llega un momento en que ningún incremento de la tasa de explotación puede contrarrestar sus efectos. Es lo que ocurre cuando el poder de los bancos es casi inconcebible y cuando existe, como nunca anteriormente, una masa muy importante y muy vulnerable de “vales” sobre la producción, así como productos derivados y otros activos “ficticios a la enésima potencia”. Contra un telón de fondo de sobreacumulación y de superproducción crónicos, tenemos diversas consecuencias. En primer lugar, se da paso a políticas económicas y monetarias que persiguen dos objetivos que producen efectos contradictorios. Es preciso, mediante las privatizaciones, abrir al capital sectores protegidos socialmente, para ofrecerles oportunidades de ganancia hasta tanto o, mejor dicho, con la esperanza de que se reconstituyan condiciones de conjunto para la “salida de la crisis” y, para eso, son aplicados y reiterados proyectos de privatización y de “apertura a la competencia”. Pero es también preciso tratar de evitar que se produzca un hundimiento económico que necesariamente representaría la destrucción de una parte del capital ficticio, comenzando por el que tenga la forma de acreencias, de títulos de la deuda, pero el carácter procíclico (acentuando la recesión) del primer objetivo tiene el efecto de reforzar la posibilidad de tal hundimiento. Existe, paralelamente, la contradicción, algo semejante pero diferente, que consiste en la imposición por los “mercados” de políticas de austeridad por temor al default de pagos, provocando que este sea cada vez más inevitable por el solo hecho mecánico de la acentuada contracción de la actividad económica. Y otra importante consecuencia del poder de las finanzas y de su incapacidad para limitar la destrucción de capital ficticio en los países de la OCDE es la existencia de esta inmensa masa de dinero –masa ficticia pero con efectos reales– que continuamente pasa de una a otra forma de colocación, creando una muy fuerte inestabilidad financiera, generando burbujas que pueden ser desencadenantes de crisis generalizada y frecuentemente agudizando –especialmente cuando la especulación se realiza con los productos alimentarios– conflictos sociales.

La extrema debilidad de los instrumentos de política económica


Finalmente, el último gran rasgo de la crisis es que la misma estalló y se desarrolló después que las políticas de liberalización y desreglamentación hubieran llegado a destruir las condiciones geopolíticas y macrosociales en las que instrumentos anticíclicos de cierta eficacia habían sido preparados precedentemente. Para el capital, las políticas de liberalización han tenido su “lado bueno”, pero tienen también su “lado malo”. La liberalización puso a los trabajadores a competir de país a país y de continente a continente como nunca antes. Abrió la vía a la desreglamentación y a las privatizaciones. Las posiciones del trabajo ante el capital fueron muy debilitadas, eliminando hasta el presente “el miedo a las masas” como aguijón de las conductas del capital. El otro lado de la medalla está constituido por esta carencia de instrumentos anticíclicos, debido a que no se ha encontrado ningún sustituto a los del keynesianismo, así como a la intensa rivalidad entre los grandes protagonistas de la economía capitalista mundializada, en una fase en la que la potencia hegemónica establecida ha perdido todos los medios de su hegemonía –con la excepción de los medios militares de los que puede utilizar solo una parte, y hasta el momento sin gran éxito–. El único instrumento disponible es la emisión de moneda, la plancha de impresión de billetes por cuenta de los gobiernos (en el caso de los Estados Unidos, donde la Fed compra una parte de los bonos del Tesoro), pero, sobre todo, en beneficio de los bancos. Este terreno es también el único en que cierta forma de cooperación internacional funciona. El anuncio el 30 de noviembre 2011 de la creación de liquideces en dólares, de común acuerdo entre Bancos centrales y por iniciativa de la Fed, para contrarrestar el agotamiento de las fuentes de refinanciamiento de los bancos europeos por parte de sus homólogos estadounidenses, ha sido el último ejemplo.

Resistir y lanzarse en aguas en las que hasta ahora nunca navegamos


Al igual que otros[5] he explicado la necesidad inevitable, absoluta, de prepararse para la perspectiva de un gran crack financiero y para tomar los bancos. Pero este artículo requiere de una conclusión más amplia. A nivel mundial, no se avizora ninguna “salida de la crisis” en un horizonte temporal previsible. Para los grandes centros singulares de valorización del capital, que son los grupos industriales europeos, es tiempo de migrar hacia cielos más benevolentes, hacia economías que combinen una taza de explotación alta y un mercado doméstico importante. Las condiciones de la reproducción social de las clases populares están amenazadas. El ascenso de la pobreza y la pauperización rampante que afecta a capas cada vez más importantes de asalariados lo demuestra. El Reino Unido fue uno de los laboratorios, antes incluso del estallido de la crisis.[6] Mientras más dure, más se alejará para los asalariados cualquier otro futuro que no sea la precarización y la caída del nivel de vida. Las palabras clave que se repiten son “adaptación”, “sacrificio necesario”. Cada tanto, para mantener un mínimo de legitimidad, los sindicatos pueden llamar a jornadas de acción. La huelga de un día de los empleados públicos en el Reino Unido es el ejemplo más reciente. Pero, como escribí antes, el porvenir de los trabajadores y de los jóvenes depende, sobre todo, si no enteramente, de su capacidad para darse espacios y “tiempos de respiración” propios, a partir de dinámicas que solo ellos mismos pueden motorizar. Otro mundo es posible, seguramente, pero no podrá diseñarse sino en la medida en que la acción abra camino al pensamiento que, más que nunca, no puede sino ser colectivo. Es una completa inversión de los períodos en que existían, al menos aparentemente, planes preestablecidos de la sociedad futura, fuesen los de algunos socialistas utópicos o los de la Komintern de Dimitrov. En el siglo XVI, los navegantes ingleses forjaron la bella expresión “uncharted waters”: aguas que nunca se navegaron y para las cuales no hay ningún mapa o carta marítima. Hoy estamos en esa situación.

Bibliografía:
Chesnais, François. Les dettes illégitimes. Raisons d’Agir: París, 2011
CNUCED, “L’économie mondiale face aux enjeux politiques d'après crise”, Ginebra, septiembre 2011.
Dardot, Pierre; Laval, Christian. La nouvelle raison du monde. Essai sur la société néolibérale. La Découverte: París, 2009.
Gaulard, Mylène, “Los límites del crecimiento chino”. En: Herramienta web 4 (febrero de 2010) http://www.herramienta.com.ar/content/herramienta-web-4
Gill, Louis, La crise financière et monétaire mondiale. Endettement, spéculation, austérité. M éditeur: Quebec, 2011.
Johnson, S.; Kwak, J. 13 Bankers – The Wall Street Take Over and the Next Financial Meltdown. Pantheon Books: Nueva York, 2010.
Jones, Owen. Chavs. The Demonization of the Working Class. Verso: Londres, 2011.
Marx, Karl, El capital. 3 vols. Trad. de Wenceslao Roces. México: FCE, 1973.
–, Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (borrador). 1857-1858. Trad. de Pedro Scaron. Edición a cargo de José Aricó, Miguel Murmis y Pedro Scaron. 3 vols. Siglo XXI: Buenos Aires, 1972.
Mattick, Paul, Crisis & Teoría de la Crisis. Península: Barcelona, 1977. Disponible en http://www.geoticies.com/cica_web
Reverchon, Antoine, “Quelle est la vraie valeur des réserves d’énergie fossile (valeur boursière ou valeur pour la société humaine)”. En: Le Monde de l’économie (15 de noviembre de 2011).
Vitali, S.; Glattfelder, J.B.; Battiston, S. The network of global corporate control.
Chair of Systems Design, ETH: Zurich, www.plosone.org
Notas:
[1] La consigna del movimiento Ocupar Wall Street “Somos el 99%”, refleja la tremenda distancia entre los muy, muy altos ingresos y los del resto de los norteamericanos.
[2] Algunas de las preguntas que sería preciso responder para ver si el estudio de Zurich puede aplicarse a una problemática relacionada con el capital financiero de Hilferding y Lenin.
[3] El sitio de la edición en inglés del diario del PCC abunda en ejemplos. http://english.peopledaily.com.cn/ Basta tipear las palabras “China overcapacity” para encontrarlos. Puede consultarse también el estudio realizado por la Cámara de Comercio de Europa: http://www.rolandberger.com/media/pdf/Roland_Berger_Overcapacity_in_China_20091201.pdf
[4] Ver mi libro Les dettes illégitimes y el de Louis Gill, La crise financière et monétaire mondiale. Endettement, spéculation, austérité.
[5] En primer lugar, Frédéric Lordon.
[6] Ver el libro de Owen Jones, Chavs. The Demonization of the Working Class.
_______________
François Chesnais es profesor emérito en la Universidad de París 13-Villetaneuse. Destacado marxista, es parte del Consejo científico de ATTAC-Francia, director de Carré rouge, y miembro del Consejo asesor de Herramienta, con la que colabora asiduamente. Es autor de La Mondialisation du capital y coordinador de La finance mondialisée, racines sociales et politiques, configuration, conséquences. La finance capitaliste, último libro bajo su dirección, acaba de ser publicado por Ediciones Herramienta. E-mail: chesnaisf@free.fr

Mensaje de Fidel a Chávez


Mensaje de Fidel a Chávez valora la lucha del Gobierno Bolivariano contra el capitalismo (+ Video)


Fidel Castro
El líder de la Revolución cubana, Fidel Castro, a través de una misiva dirigida al presidente de la República, Hugo Chávez, valoró la lucha que lleva a cabo el Gobierno Bolivariano contra el capitalismo.

Durante un Consejo de Ministros realizado en el Palacio de Miraflores, en Caracas, el jefe de Estado leyó parte del escrito en el que Castro expresó: “Pocas veces, tal vez nunca, se ha podido reflejar, tan nítidamente, una lucha de ideas entre el capitalismo y el socialismo como la que se expresa en Venezuela”.
En la carta, dijo Chávez, el líder de la Revolución Cubana, también valoró los avances que en materia educativa ha logrado Venezuela, reseñó la AN.
“Son los resultados de tu consagración a la causa política como seguidor del libertador de América, en cuyos ideales, incluso en sus propias expresiones, se inspira tu conducta sin un día de descanso, durante muchos años”, leyó Chávez.
El Jefe de Estado agradeció a Castro por sus palabras y manifestó que su mensaje “nos alienta a seguir con esta batalla”.
“Gracias Fidel (por este) mensaje que nos alienta a continuar sin descanso esta batalla y esta victoria”, añadió.
(Tomado de GISXXI)

2 de septiembre de 2012

Tres mitos que sustentan la crisis económica


Larry Elliott, Sin Permiso

El verano de 2007 fue cosa común y corriente. Tony Blair había dejado de ser primer ministro a finales de junio y su sucesor, Gordon Brown, disfrutaba de un período de luna de miel. Era un año sin Mundial de fútbol ni Olimpiadas.

Luego, el 9 de agosto, llegaron informes de que los bancos centrales se habían mostrado activos en los mercados. The Guardian afirmó que su actuación implicaba bombear miles de millones de libras en el sistema financiero para calmar los nervios en medio de los temores de una contracción del crédito. Lo que desencadenó el pánico fue la decisión del BNP Paribas de bloquear la retirada de tres hedge funds, debido a lo que denominó una completa evaporación de la liquidez. Un portavoz del banco describió la medida como una cuestión técnica temporal.

¿Técnica?, ¿temporal? En un lapso de seis semanas quedó claro que no se trataba de un problema pasajero cuando durante tres días los inversores empezaron a hacer cola en el exterior de las entidades del banco Northern Rock, la primera situación de pánico de un banco británico destacado desde mediados del siglo XIX. Cinco años después, la economía global tiene todavía que recuperarse del profundo trauma causado por la arrogancia de los banqueros. 

En aquel entonces, no obstante, eran pocos los que se imaginaban que el 9 de agosto de 2007 acabaría por ser un mojón en la historia financiera. El Guardian publicó la noticia en la página 29 porque no parecía haber razones para creer que esta vez fuera diferente de anteriores ataques de nervios en los mercados. Hicieron falta unos cuantos días para caer en la cuenta de a qué se habían dedicado los banqueros, porque los "amos del universo" contaban con su propio lenguaje esotérico. Hablar sobre valores respaldados por hipotecas, seguros por impagos (“credit default swaps”, CDS) y derivados en mercados no regulados era el equivalente de aquellos monjes del siglo XII que escribían biblias en latín medieval para unos campesinos que sólo hablaban inglés.

Despojado de su jerga, resulta bastante fácil ver qué es lo que sucedió. Los bancos hacían enormes apuestas con un capital valiosamente escaso en reserva de ir mal las apuestas. Los ciudadanos pedían préstamos a una escala que sólo resultaba sostenible si el valor de sus carteras de acciones y de sus viviendas seguían subiendo un año tras otro. Los gobiernos asumieron que la recaudación fiscal en auge sería permanente y aumentaban el gasto público.

En agosto de 2007, empezó a escaparse el aire de esta gigantesca burbuja. Sucedió en tres fases. El sector financiero fue el primero en sentir sus repercusiones, dado que si bien resultaba evidente que casi todos los bancos habían estado metidos hasta las cejas en inversiones ligadas al mercado inmobiliario, nadie sabía cuánto dinero llegaría a perder cada entidad. El sistema financiero se detiene chirriando si los bancos se niegan a prestarse unos a otros, como sucedió en agosto de 2007.

La segunda fase de la crisis tardó más de un año en desarrollarse. Durante ese período, se produjeron una serie de cambios: se intensificó la crisis financiera, cayeron los precios de la vivienda y de las acciones, y las presiones inflacionarias aumentaron tras un alza brusca del coste de la gasolina. Cuando Lehman Brothers se declaró en bancarrota en septiembre de 2008, la economía global estaba lista para reventar y los seis meses siguientes fueron testigos del mayor desplome desde la Gran Depresión. 

Los gobiernos detuvieron ese resbalón hacia un derrumbe del género del de los años 30 por medio de una acción coordinada, pero hicieron descarrilar sus finanzas a consecuencia de ese proceso. Rescatar a los bancos resulta caro, especialmente si se tiene en cuenta que unos niveles productivos muy inferiores redujeron los ingresos fiscales. Los consumidores notaron que tenían una deuda excesiva. Hacia mediados de 2009, la mayoría de los gobiernos ya advertían que tenían una deuda excesiva. No era agradable como lugar en el que estar. Los bancos centrales intentaron ayudar facilitando crédito barato y abundante. Recortaron las tasas de interés e hicieron uso de métodos poco convencionales – como comprar bonos a cambio de efectivo – para impulsar la oferta de dinero. Se tenía la esperanza de que así se estimularía la recuperación del sector privado y se proporcionaría un espacio en el que respirar, dentro del cual los gobiernos podrían arreglar sus finanzas.

El intento de resolver una crisis causada por el crédito con más crédito aún se ha demostrado, como resultaba previsible, un fracaso. Ha sido algo un tanto semejante al motorista que bombea desesperadamente aire a un neumático que lo pierde por un pinchazo: funciona durante algún tiempo, pero al final la rueda vuelve a desinflarse.

A algunos países les ha ido mejor que a otros. Australia fue uno de los pocos países que escapó de la recesión, puesto que gozaba de un sistema bancario bien regulado y suministra materias primas a China. 

Por contra, Gran Bretaña, se vio más expuesta que la mayoría. Una regulación laxa creó una cultura del "todo vale" en la City; la retirada de la renta variable de los precios inmobiliarios en ascenso sostuvo el gasto de los consumidores; las presiones inflacionarias eran más fuertes que en ningún lado. El nivel de actividad de la economía está cerca de un 15% por debajo de donde debería haber estado si el crecimiento hubiese continuado sólo por encima de un 2% anual desde que la producción tocó techo a principios de 2008.

Para la economía global las cosas pueden ponerse peor antes de que mejoren. El verano de 2012 ha visto señales de una ralentización general, y las repercusiones de los problemas de la deuda soberana en Europa se han hecho sentir en América del Norte y Asia. La eurozona se encamina a una doble recesión y los EE.UU. están creciendo bastante más lentamente de lo que ha sido la norma tras anteriores caídas, mientras la economía de China está sintiendo las repercusiones de la mayor rigidez de una política necesaria para aplacar los efectos inflacionarios del estímulo inyectado en 2008-09.

No se pueden comparar de veras los últimos cinco años con el lustro posterior al crac de Wall Street de octubre de 1929. En los años 30, una cuarta parte de la mano de obra norteamericana se encontraba sin trabajo y la producción industrial decayó en un 50%. Mejor paralelo histórico es el que puede establecerse con la Gran Depresión del siglo XIX, la ralentización del crecimiento y presión deflacionaria registradas entre 1873 y 1896.

La razón por la que la crisis ha sido tan larga se reduce a tres mitos. El mito anglosajón consiste en que las grandes finanzas constituyen una fuerza para el bien, en lugar de entender que viven de las rentas y son corruptas. El mito alemán es que puedes resolver un problema de deficiencia de la demanda apretándose el cinturón y aumentando las exportaciones. La política correcta entraña poner coto rigurosamente a los bancos, cooperación internacional para que los países acreedores aumenten la demanda interna a fin de ayudar a los países deudores, y un ritmo mesurado de reducción del déficit gobernado por el ritmo de crecimiento en lugar de serlo mediante objetivos arbitrarios.

Las posibilidades de que esto suceda son escasas. Pues existe un tercer mito: que no era gran cosa lo que andaba mal en la economía global en 2007. Pero el viejo modelo estaba financieramente viciado, al operar con elevados niveles de deuda, socialmente viciado al quedarse una pequeña élite con el botín del crecimiento, y medioambientalmente viciado, pues todo lo que importaba eran unos niveles cada vez mayores de crecimiento. Es posible superarlo, pero solo cuando se reconozca que el genio no volverá meterse en la botella. 

La FAO: tomar medidas por los elevados precios de los alimentos


La FAO pide al G-20 tomar medidas por los elevados precios de los alimentos

Patrick Lannin, Reuters

Los países del G-20 deben acordar acciones coordinadas para aliviar los temores por los precios de los alimentos, debido a que ellos cuentan con la mayor parte de los cultivos sobre los que hay preocupación, declaró ayer la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO). El director general de la agencia de las Naciones Unidas, Jose Graziano Da Silva, dijo que no podría calificar el actual avance de los precios de los alimentos como una crisis, pero podría alcanzar ese nivel si las cosechas en el hemisferio sur fueran decepcionantes.

"Necesitamos acciones coordinadas y creemos que el G-20 es lo suficientemente responsable para esta acción", dijo da Silva a periodistas durante una conferencia sobre agua en la capital sueca. El funcionario dijo luego que la coordinación debería contemplar que los países no prohíban unilateralmente la exportación de granos y debe alentar la sustitución de los alimentos, por ejemplo, el consumo de frijol en América Latina y de yuca en África.

Da Silva resaltó que entre un 85 y un 95 por ciento de los cultivos que han sido afectados por un alza en los precios, como el trigo y el maíz, eran producidos por los países del G-20. Resaltó que incluso si los precios del trigo subieran un 10 a 20 por ciento no debería significar que el valor del pan crezca en la misma proporción.

Miembros de los países del G-20 abordarán el incremento de los precios de los alimentos y cómo combatir su volatilidad esta semana, pero tomarían alguna decisión sólo después de conocer un reporte sobre el suministro de granos, que se difundirá a mediados de septiembre.

Da Silva resaltó que los actuales precios de los alimentos no era tan serios como en el 2007/2008, cuando se produjeron violentas protestas en países como Egipto, Camerún y Haití. "No hay crisis, Este tipo de compras por pánico es lo que necesitamos evitar por el momento", agregó.

El tercer incremento de precios en cuatro años se produce después de una aguda sequía en Estados Unidos y pobre de cosechas en Rusia y el Mar Negro. Da Silva y otros expertos en la conferencia dijeron que también hay un enorme desperdicio de alimentos en el mundo, un problema que necesita resolverse para un mejor aprovechamiento de los recursos.

"Más de la mitad de los alimentos que producimos nunca se comen", declaró Torgny Holmgren, director ejecutivo del Instituto Internacional del Agua de Estocolmo. Un cuarto del agua usada en todo el mundo se utiliza para producir más de mil millones de toneladas de comida que nadie come.

Da Silva dijo en la conferencia que un tercio de la producción total de alimentos se perdía y que eso era consecuencia de un mal almacenamiento en países en desarrollo o de un desperdicio en países ricos.

También indicó que la seguridad del agua era un factor vital para la seguridad de los alimentos y que la comida tenía que ser producida de una manera en que conserve el agua, utilizada de modo más sustentable e inteligente, y ayude a la agricultura a adaptarse al cambio climático.

Vietnam: El horror no termina



Hanoi (PL) Tal vez fue hace poco que Vo Duc dejó de culpar a la fatalidad divina de la diabetes que padece, el cáncer que devora a su mujer y los numerosos abortos espontáneos de la hija de ambos. Aunque ya se sabe que provinieron de otro modo del cielo, el que surcaron aviones estadounidenses para descargar el veneno que hoy, décadas después, perdura en el sufrimiento de la familia.

  El hoy anciano vivió en sus juventud apenas un kilómetro de distancia del aeropuerto de Danang, una antigua base militar de Estados Unidos, donde se almacenaba en enormes cantidades el arrasador tóxico conocido como agente naranja para lanzarlo sistemáticamente durante 10 años consecutivos sobre zonas rurales.

Por igual, su compatriota Duc, Nguyen Thi Binh, de 78 años, dejó de creer que los pecados cometidos en una vida pasada sean los responsables de las graves discapacidades físicas y mentales de tres de sus cinco hijos.

Y ahora que conocen que al cabo de tanto tiempo transcurrido y daño causado, la gran potencia responsable los sufrimientos inicia un proyecto de descontaminación de aquella base, sin reconocer su responsabilidad ni ofrecer disculpas, un legítimo sentimiento de dolorosa indignación debe estremecerlos.

Reticente y tardía llega tal asistencia, apenas una parte de lo que en Vietnam se ha reclamado como justa indemnización, mientras que tampoco las empresas suministradoras del producto químico, Dow Chemical y Monsanto, han recibido justiciera sanción alguna. Ni del gobierno ni los fabricantes de muertes se ha escuchado una sola palabra de perdón.

Vale siempre recordar que la aviación estadounidense roció unos 80 millones de litros del defoliante que contenían 370 kilogramos de dioxina, en un cuarto de la superficie sureña de Vietnam, según bien fundamentadas estadísticas independientes.

Unos cuatro millones 800 mil vietnamitas estuvieron expuestos a lo que se considera uno de los peores tóxicos conocidos por el hombre y tres millones se convirtieron en sus víctimas, por varias generaciones.

Casi en el extremo meridional del país, en la provincia Dong Nai, se encuentra el aeropuerto de Bien Hoa, donde se almacenaban 98 mil tanques de agente naranja para dispersar en áreas cercanas, en el intento de doblegar la resistencia nacional liberadora.

Allí solía irse a jugar Ho Minh Quang en la inocencia de la niñez, sin imaginarse que se exponía a una contaminación que solo supo después cuando sus dos hijos nacieron con deformidades.

Las consecuencias siguen siendo aterradoras, con el nacimiento de criaturas sin espina bífida, mutiladas y deformadas, y según un reporte reciente de la presidenta de la asociación de víctimas, Dao Nguyen el número de ha incrementado en la ciudad de Bien Hoa y sus alrededores desde 2009, y cuatro de cada 10 afectados son menores de 16 años de edad.

Ellos esperan que la más nueva tecnología de descontaminación tan publicitada por sus suministradores en Danang también les llegue.

Hace poco el cineasta estadounidense de origen vietnamita, John Trinh, volvió de nuevo a su país de origen para reponer su impactante y revelador cortometraje "Agente naranja: 30 años después", lo primero que declaró a los medios fue que el gobierno de Estados Unidos debe admitir su error y recompensar a todas las víctimas.

Esto último se ha convertido en una batalla que desde 2004 libra un grupo de 100 demandantes vietnamitas que llevaron su caso contra Dow Chemical y Monsanto ante la Corte Suprema de Justicia de Estados Unidos. Pero tras un proceso lleno de dilaciones, el alto tribunal dictaminó que no se había establecido un vínculo entre la dioxina y las malformaciones genéticas de los damnificados.

Tal fue la conclusión encubridora a las que siguieron otras de similar talante en cuerpos de justicia en Nueva York, pese a que conocidos reportes científicos establecieron que el defoliante empleado en la guerra en Vietnam presentaba elevados contenidos de un subproducto cancerígenos.

Las compañías involucradas se defienden alegando que todo lo justifica el esfuerzo bélico y su obligación de acatar las órdenes del gobierno que le encarga el producto, inclusive hasta la admitida negligencia en la purificación de sus componentes herbicidas hormonales, como la prisa en engullir los bombarderos de la siniestra carga.

Se acepta en cambio que dejó terribles secuelas en los propios soldados norteamericanos y principalmente en sus descendientes, a quienes si le aceptaron una acción judicial presentada por veteranos de guerra en 1984 que desembocó en un acuerdo de 93 millones de dólares para indemnizarlos.

Así funciona la justicia allí: selectiva discriminadora, arrogante e insensible al dolor humano donde quiera que se inflija.

Vietnam, sin todos los recursos que se requieren ha tenido que encarar la atención hospitalaria, los tratamientos sanadores, la rehabilitación y la reinserción social y laboral, la ayuda a los familiares y el consuelo posible. Junto a los limitados presupuestos destinados, en un denodado esfuerzo estatal, y eventuales donaciones internacionales, distintos sectores de la sociedad aportan al empeño, y generan iniciativas de todo tipo para acopiar lo que nunca termina de bastar. Por eso las acciones de descontaminación que al fin adoptan en Washington en unos 73 kilómetros cuadrados en Da Nang, y que grandes medios alaban sospechosamente como fin de la historia, no puede dejar de verse a su vez con similar suspicacia, si con ello se pretende el olvido.

El plan de descontaminación iniciado en conjunto por Estados Unidos y Vietnam finalizará dentro de cuatro años, pero las heridas causadas por la guerra química tardarán mucho más en cicatrizar. La sustancia tóxica ha acabado con la vida de 400.000 personas y ha afectado gravemente a unos tres millones.

Para Vietnam el horror no termina, y el baldón de los culpables permanecerá por siempre, instalado en la conciencia de la humanidad.

Por Hugo Rius* 

*Corresponsal de Prensa Latina en Vietnam.

Em/hr

Satélites venezolanos: En busca de independencia tecnológica


Caracas (PL) Con el lanzamiento de satélites propios, Venezuela impulsa el desarrollo de las telecomunicaciones, salud, educación, seguridad, defensa, el medio ambiente y múltiples proyectos y, con ello, va en busca de la independencia tecnológica.

  En apenas cinco años, desde el inicio de la política de cooperación con China impulsada por el presidente Hugo Chávez, la nación suramericana muestra sus logros en materia espacial.

El primer paso fue la puesta en órbita del satélite Simón Bolívar en el 2008, resultado del Programa satelital Venesat-1 ejecutado en el contexto de la cooperación bilateral con China.

El artefacto tiene como objetivo facilitar el acceso universal a la información a través de los diferentes medios tecnológicos para la comunicación, y soportar la conectividad por la vía de Internet, transmisiones de telefonía, televisión y radiodifusión, especialmente para extenderse hasta lugares remotos.

Hasta la fecha los servicios del satélite han llegado a tres millones 490 mil 669 usuarios, y se ha garantizado el 100 por ciento de su operatividad y la de las estaciones terrenas, afirmó a Prensa Latina el director ejecutivo de la Agencia Bolivariana para Actividades Espaciales (ABAE), Mariano Imbert.

Actualmente se encuentran conectados al satélite 278 centros rurales de salud, mil 917 instalaciones educativas, 602 infocentros, 131 bases de protección fronteriza, 14 radares de las Fuerzas Armadas y 32 estaciones de la Fundación Venezolana de Investigaciones Sismológicas.

También beneficia a 60 estaciones de Petróleos de Venezuela S.A., 131 Mercados de Alimentos, 53 entidades de la Productora y Distribuidora de Alimentos S.A. y 36 poblaciones fronterizas que reciben servicio de televisión directa al hogar.

A juicio de Imbert el impacto ha sido significativo desde el punto de vista social, pero también para las investigaciones y el desarrollo tecnológico del país suramericano.

"Hemos creado en Venezuela las bases: contamos con los profesionales preparados para empezar a diseñar las plataformas satelitales y construir nuestros satélites que posibiliten realizar investigaciones científicas y observación de la Tierra, lo que facilitará labores de planificación urbana, y prospección minera y agrícola", aseveró.

Como parte del Programa Satelital Venesat-1 se han capacitado mil 623 profesionales en materia espacial, entre ellos 30 doctores y 60 operadores satelitales formados en China, mientras otros se han preparado en Brasil, India y Francia.

Imbert informó que Venezuela tiene convenios de cooperación con muchos países y "estamos tratando de coordinar, a través de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América, aspectos como la formación del personal".

Esto significa, explicó, que "les damos la asesoría a otras naciones, tanto para su desarrollo interno como para impulsar una Agencia Espacial para Latinoamérica y el Caribe. Es un trabajo que llevará tiempo, pero existe la voluntad política".

El director ejecutivo de la ABAE resaltó que el Simón Bolívar facilitó la puesta en marcha de la televisora multinacional Telesur, de Radio del Sur y la transmisión de programas informativos y divulgativos que muestran la realidad y los sucesos de Suramérica.

VENEZUELA LANZARÁ UN SEGUNDO SATELITE 

A mediados del pasado mes de junio, el mandatario Chávez anunció que a finales de septiembre o comienzos de octubre próximos se lanzará desde China el segundo satélite venezolano, el Francisco de Miranda.

"Todas las pruebas realizadas han sido satisfactorias, no hay inconvenientes técnicos, ni desde el punto de vista de su verificación de sistemas y equipos electrónicos", remarcó Imbert.

El Miranda tendrá como misión la observación de la Tierra, y contará con equipos ópticos para tomar fotografías de alta resolución y de barrido ancho.

Esas imágenes tendrán gran utilidad en temáticas como gestión ambiental y de riesgos, salud, sistemas productivos, planificación, seguridad y defensa.

La diferencia entre ambos satélites venezolanos parte de sus misiones: la del Simón Bolívar es de telecomunicaciones (televisión, radio, Internet, recepción y envío de información) y el Miranda tendrá como objetivo la observación del planeta.

La posibilidad de poseer satélites, llegar a producirlos en el país y tener el personal capacitado, allana el camino hacia la independencia tecnológica de Venezuela e impulsa su desarrollo científico y técnico.

Al respecto el ingeniero satelital del Segmento Espacial de la ABAE, Gustavo Guedez, aseguró a Prensa Latina que con tales equipos Venezuela garantiza la independencia en las comunicaciones.

En contraste, dijo, "antes los sistemas satelitales que teníamos venían de otros países y, si por alguna razón decidían cortar el servicio, nos quedábamos sin acceso satelital".

Otra ventaja -resaltó- es que toda la población está incluida en los servicios, mientras que anteriormente solo accedían a ellos las grandes ciudades y entidades del país.

"Ahora las más alejadas y pequeñas comunidades, como las del Amazonas y las islas, pueden tener acceso a la información, y eso es inclusión social", sentenció Guedez.

Mientras, Venezuela se traza nuevos retos en materia espacial, entre ellos la pronta puesta en marcha de una fábrica de pequeños satélites, como parte de los convenios de colaboración con China. Otro punto a favor de su desarrollo e independencia tecnológica.



*Corresponsal de Prensa Latina en Venezuela.

Em/ema/lpn