VIAJE A LOS ANTÍPODAS
(Publicado en la revista ¡Ahora!, Nº 326
del 9 de febrero de 1970.)
“Durante años y años creí que políticamente la Verdad se
hallaba en la llamada democracia representativa, pero sucedió que cuando el
pueblo dominicano se lanzó a morir por esa democracia que yo, entre varios pero
quizá más que muchos, le había enseñado a buscar, la tal democracia
representativa sacó de sus entrañas la putrefacción, el crimen, la mentira, el
abuso”
“vi a la soldadesca norteamericana llegar a Santo Domingo
armada hasta los dientes para bombardear a la ciudad más vieja de América, para
aniquilar el impulso creador de nuestro pueblo y para exterminar, como se hace
con las fieras, a los luchadores democráticos dominicanos; vi a la República
desamparada, engañada por los organismos internacionales y traicionada por la
OEA”
“he visto morir dominicanos día tras día desde el momento
en que desembarcaron en el país los primeros infantes de marina del señor
Trujijohnson hasta el momento en que escribo estas líneas, ya a punto de
terminar el año de 1969, a pocos meses de cumplirse los cinco años de la intervención
norteamericana. Así, la mentira y el crimen aplicados y desatados por la
llamada democracia representativa yanqui en Santo Domingo no fueron el
resultado de un error momentáneo; fueron y siguen siendo la obra sistemática de
todos los días”
“a partir del 28 de abril de 1965 comencé a estudiar
cuidadosamente la historia de los Estados Unidos tal como es y no como la
cuentan los norteamericanos; comencé a darme cuenta de que ese país gigantesco
y poderoso tiene una antigua tradición de engaños y una capacidad asombrosa para
mentirle al mundo”
Los países del Asia
están geográficamente en el lado del mundo opuesto a la República Dominicana, y
además, tres de los cuatro que visité en los meses de octubre y noviembre de
1969 son, en el orden político, el polo opuesto de Santo Domingo; así, para
nosotros los dominicanos Corea del Norte, China y Vietnam del Norte representan
con toda propiedad nuestros antípodas, porque la palabra antípoda quiere decir
eso: lo que se halla en el lado de la Tierra opuesto a nosotros, y además lo
que representa algo totalmente distinto de lo que somos.
¿Por qué he viajado a
los antípodas geográficos y políticos de nuestro país?
Aunque la respuesta a
esa pregunta podría ser larga y complicada, voy a tratar de hacerla corta y
clara: Fui al Asia y al Sudeste Asiático a buscar la Verdad.
Durante años y años
creí que políticamente la Verdad se hallaba en la llamada democracia
representativa, pero sucedió que cuando el pueblo dominicano se lanzó a morir
por esa democracia que yo, entre varios pero quizá más que muchos, le había
enseñado a buscar, la tal democracia representativa sacó de sus entrañas la
putrefacción, el crimen, la mentira, el abuso. Yo oí al presidente de los
Estados Unidos, país líder de la tal
democracia representativa, mentir como sólo mienten los seres más abyectos; oí
a él y a senadores, diputados, altos personajes y a la radio oficial de los
Estados Unidos acusar a la revolución democrática del pueblo dominicano de
criminal y salvaje; vi a la soldadesca norteamericana llegar a Santo Domingo
armada hasta los dientes para bombardear a la ciudad más vieja de América, para
aniquilar el impulso creador de nuestro pueblo y para exterminar, como se hace
con las fieras, a los luchadores democráticos dominicanos; vi a la República
desamparada, engañada por los organismos internacionales y traicionada por la
OEA; la vi atropellada por soldados latinoamericanos, enviados a nuestro país
para justificar el crimen de los Estados Unidos, que habían violado tratados
hemisféricos y no querían ni podían quedarse solos ante la conciencia del mundo
como autores de esa violación; he
visto morir dominicanos día tras día desde el momento en que desembarcaron en
el país los primeros infantes de marina del señor Trujijohnson hasta el momento
en que escribo estas líneas, ya a punto de terminar el año de 1969, a pocos
meses de cumplirse los cinco años de la intervención norteamericana. Así, la
mentira y el crimen aplicados y desatados por la llamada democracia representativa
yanqui en Santo Domingo no fueron el resultado de un error momentáneo; fueron y
siguen siendo la obra sistemática de todos los días.
Valientes Mujeres Quisqueyanas se enfrentan a los soldados americanos en una marcha protesta por los atropellos por parte de la soldadesca americana contra el pueblo. |
Si alguien en quien tuvimos
fe nos sorprende mostrándonos de manera inesperada lo que es en verdad y no lo
que había simulado ser, empezamos a poner en duda todo lo que habíamos estado
creyendo de él hasta entonces; y eso me sucedió a mí. Así, a partir del
28 de abril de 1965 comencé a estudiar cuidadosamente la historia de los
Estados Unidos tal como es y no como la cuentan los norteamericanos; comencé a
darme cuenta de que ese país gigantesco y poderoso tiene una antigua tradición
de engaños y una capacidad asombrosa para mentirle al mundo; ha hallado
la forma de atropellar de la manera más brutal a los pueblos débiles y
presentar esos atropellos como si fueran grandes y costosos esfuerzos para
liberarlos de males infernales y para defender la libertad humana. Cuando los
libros de historia me convencieron de que los Estados Unidos no son lo que sus
propagandistas dicen que son, sino todo lo contrario, me dije a mí mismo que
esos libros podían ser en fin de cuentas obras de fanáticos antiyanquis y que
mi deber era comprobar los hechos sobre el terreno; y visto que la prensa, la
televisión, la radio y la mayor parte de los medios de comunicación norteamericanos
tienen años y años presentando al mundo socialista como el espejo de la
esclavitud, el atraso y la miseria, fui a visitar Yugoeslavia y Rumanía. Allí,
en Yugoeslavia y Rumanía comprobé que de cada mil palabras sobre los países
socialistas que se escriben en los Estados Unidos, novecientas noveintinueve
son mentiras, y llegué a la conclusión de que el empeño que ponen los yanquis en
hacer que los gobiernos sirvientes de América Latina persigan como a un
criminal al que viaja a los países socialistas tiene un fin, el de evitar por
medio de la violencia que los pueblos de América Latina se enteren de que la
propaganda norteamericana contra esos países se basa en la mentira y sepan que
cualquiera de ellos tiene un grado de desarrollo y bienestar, y sobre todo de
justicia social, incomparablemente más alto que el de los latinoamericanos. Yo,
que no soy comunista y por eso mismo no estoy obligado en ningún sentido ni por
ninguna razón a defenderlos, lo afirmo categóricamente ante el pueblo
dominicano, y digo a conciencia, con la mano puesta en el corazón, que de cada
diez verdades sobre los países comunistas que dice un yanqui, dice al mismo
tiempo, y con la mayor tranquilidad, noventa y nueve mil novecientas noventa
mentiras.
La mentira es una parte
tan importante en la vida norteamericana que sus historiadores, escritores,
ensayistas, periodistas y funcionarios mienten hasta sin darse cuenta. Unas
veces mienten directamente y otras de manera indirecta; unas veces dicen lo que
no es verdad y otras veces se callan la verdad. Y esto lo hacen no sólo cuando
hablan de otros países sino también cuando hablan del suyo; no sólo cuando se
refieren a hechos actuales sino también cuando se refieren a hechos históricos.
Por ejemplo, hace algo así como año y medio el ex embajador Crimmins respondió
a una carta del PRD y en esa carta afirmó que los Estados Unidos son un país
que se ha desarrollado pacíficamente, mediante la sola aplicación de las leyes;
y recientemente el sucesor del Sr. Crimmins ha repetido lo que éste había
dicho.
Pues bien, ni el señor
Crimmins ni su sucesor dijeron la verdad, y yo me permito poner en duda que los
embajadores norteamericanos ignoren la historia de su país. Claro que la
conocen, pero la deforman para presentar a su país ante el pueblo dominicano
como no es y como nunca ha sido. Al contrario de lo que han dicho los dos
embajadores, los Estados Unidos han tenido revoluciones sangrientas, de las más
sangrientas que ha conocido la Humanidad; en una de ellas murieron miles y
miles y miles de hombres y mujeres, desde civiles y soldados hasta el
presidente de la república; ciudades enteras fueron destruidas a cañonazos y se
combatió ferozmente durante cuatro años. ¿Cómo es posible que el señor Crimmins
y su sucesor pretendan hacernos creer que la fabulosa matanza de 1861-1865 no
existió? ¿Y saben los dominicanos por qué no mencionan los señores embajadores
esa hecatombe? Pues porque los norteamericanos le cambiaron el nombre; en vez
de revolución pasaron a llamarle “guerra de secesión”. Pero fue una revolución
provocada por los dueños de esclavos del Sur, que se levantaron en armas cuando
creyeron que el gobierno de Lincoln iba
a decretar la libertad de los esclavos. Lincoln no pensaba hacer eso, pero él
representaba a los industriales del Norte, que para poder vender sus máquinas
necesitaban que desapareciera la esclavitud en el Sur, puesto que los esclavos
no estaban capacitados para manejar maquinarias y esto tenían que hacerlo
obreros asalariados; y como Lincoln representaba a esos industriales, los
esclavistas creyeron que iba a poner en peligro su “sagrado derecho” a ser
propietarios de hombres.
Además de la revolución
de la independencia y de la llamada “guerra de secesión”, los Estados Unidos
han conocido y sufrido revoluciones larvadas que han producido millares y
millares de víctimas, entre ellas varios presidentes de la república
asesinados. Y ahora mismo, ¿qué está sucediendo con los negros de los llamados
“ghettos” y con los “panteras negras”, a quienes cazan a balazos todos los
días? Por último, los Estados Unidos han evitado más revoluciones dentro de sus
fronteras mediante el método de proyectar sus crisis y su violencia hacia el
mundo exterior, pues se trata de un país que ha vivido agrediendo a otros
pueblos desde antes de nacer como república. Cuando todavía no eran
independientes, los yanquis hacían matanzas memorables de indios americanos
para quedarse con sus tierras, y siguieron haciéndolas hasta fines del siglo
pasado(IX); después de independientes, arrebataron las Floridas a España y le
quitaron a México más territorio del que ocupa hoy esa nación; se quedaron a cañonazos
con Puerto Rico; se quedaron con Hawai y la Zona del Canal de Panamá; partieron
en dos a Colombia y hoy tienen sus tropas establecidas en Corea del Sur y en
Vietnam del Sur, dos países inventados por ellos a costa de la unidad de los
viejos pueblos de Corea y de Vietnam, así como inventaron en Formosa una China
nacionalista sustraída de la China continental e inventaron en Santo Domingo el
llamado gobierno de reconstrucción nacional para mantener dividido al pueblo
dominicano.
Pero el embajador
norteamericano no se atiene a decir lo que no es verdad en el caso de su país;
va más allá y afirma que Inglaterra se ha desarrollado también sin violencias.
¿Sí? ¿Y qué cuenta la historia inglesa? ¿O son invenciones de novelistas las
sangrientas revoluciones de 1648 y 1688, para mencionar sólo las del siglo
XVII? Quien le cortó la cabeza a Carlos I en 1649 no fue un cirujano que quería
devolverle la salud; fue el verdugo que le aplicó la pena de muerte votada por
el Parlamento; y las ruinas de las iglesias que se ven en algunos lugares de
Inglaterra no se deben a los maltratos del tiempo, sino a los hombres de
Oliverio Cromwell, que las saquearon y las quemaron en los días de la
revolución de 1648.
Esa necesidad de ocultar
la verdad, ¿es acaso una deformación sicológica que se ha propagado, como una
epidemia, entre los norteamericanos?
Pues no señor; no se
trata de una deformación sicológica. Hubo una época en que los yanquis estaban
orgullosos de sus revoluciones y hablaban de ellas con entusiasmo, pero ahora
necesitan hacerles creer a los pueblos pobres como el dominicano y los de la
América Latina que las revoluciones son un gran pecado, algo muy malo, algo que
no debe hacerse nunca, y para decir eso tienen que arrancar de la historia de
su país, de Inglaterra y de otros lugares, todas las páginas que se refieran a
sus revoluciones; necesitan presentarse como libres del pecado revolucionario
para poder reclamar de otros que no lo cometan.
¿Y cuál es la causa de
esa actitud? ¿Por qué los norteamericanos, que hicieron revoluciones
sangrientas, sin las cuales no habrían podido desarrollarse ni económica ni
política ni socialmente, fueron entonces partidarios de revoluciones y ahora
son enemigos de ellas?
Porque aquellas revoluciones
inglesas y norteamericanas de los siglos XVII, XVIII y XIX fueron hechas por
las masas de los pueblos de Inglaterra y los Estados Unidos para entregarles el poder a las minorías capitalistas de sus
respectivos países, y las revoluciones que se hacen ahora en el mundo tienen la
finalidad de establecer en el poder a las masas, no a las minorías
capitalistas. En el caso concreto de la República Dominicana, la revolución se
hará para desmantelar el Frente Oligárquico, que es el instrumento de que se
valen los Estados Unidos para gobernar nuestro país a su antojo, y los señores
embajadores norteamericanos pretenden hacerle creer al pueblo de Santo Domingo
que la revolución es innecesaria, que en Norteamérica y en Inglaterra jamás
hubo revoluciones, que los que tienen hambre deben esperar su oportunidad para
comer, aunque haya que ir a servirles la comida al cementerio. Al tomar el
poder, lo primero que harán las masas dominicanas y las de todos los países
pobres del mundo —con los de la América Latina a la cabeza, desde luego— será
tomar posesión de lo que es legítimamente suyo, de lo que se halla en su tierra
y de lo que ha sido creado con el trabajo de sus hijos; es decir, procederán a
nacionalizar las empresas norteamericanas. Y como eso significa que los
millonarios norteamericanos dejarán de seguir recibiendo los dólares que sacan
de nuestros países, hay que evitar por todos los medios que hagamos
revoluciones. Esa es la razón de esas mentiras. Hay que engañar a nuestros
pueblos haciéndoles creer que las revoluciones son pecados mortales, obra del
demonio comunista, crímenes horrendos contra la libertad, y si los pueblos
creen eso y se mueren de hambre, allá ellos con sus miserias; que se los lleve
quien los trajo, porque eso no le quita el sueño a ningún ricacho
norteamericano.
Pero sucede que el
mentiroso y el cojo no llegan lejos. La red de mentiras con que los Estados
Unidos tienen envuelto al mundo está destruyéndose rápidamente. En la América
Latina la destruyó la invasión militar de Santo Domingo; en el resto del mundo
la ha destruido la incalificable guerra de agresión a Vietnam. Por otra parte,
el ser humano busca instintivamente la verdad, y cuando da con ella siente la
necesidad de transmitírsela a otros. Como a cualquiera persona, a mí me sucede
eso; pero ocurre además que tengo una responsabilidad ante el pueblo dominicano,
la de ayudarle a disipar las sombras de la mentira en que quieren sumirlo a fin
de que vea claramente por dónde va el camino hacia la libertad, la justicia
social y el bienestar. Si al visitar Yugoeslavia y Rumanía comprobé que las
mentiras que se dijeron sobre la Revolución de Abril eran iguales a las que se
decían de esos dos países, ¿no era natural que me dijera a mí mismo que igual
debía suceder en el caso de Corea del Norte, de China y de Vietnam? ¿Y no era
lógico, en consecuencia, que aceptara las invitaciones que se me hicieron para
visitar esos países?
Aquí digo lo que vi,
sin la menor deformación. Lo que digo es el resultado de mis observaciones; no
es propaganda de partidos ni de gobiernos. Y lo escribo para servir al pueblo
dominicano; para que éste conozca la verdad y juzgue por sí mismo, no a base de
las mentiras que le sirven los que tienen interés —y ganan dinero al hacerlo—
en mantenerlo confundido.
Este breve resumen de
un viaje a los antípodas comienza por:
La República
Democrática de Corea
La historia escrita de
Corea tiene miles de años, de manera que la lengua de sus pobladores es vieja.
En esa lengua, que ya se hablaba cuando todavía no se había formado Roma, Corea
se llama “el país de los amaneceres luminosos”. Hubiera podido llamarse también
“el país de la gente que sonríe”, porque el coreano reacciona ante cualquier
estímulo con una sonrisa franca; pero yo recordaré siempre a Corea como “el
país de los niños alegres”. Kim Il Sung, el padre…. de la patria, dijo una frase que es a la
vez profunda y conmovedora; dijo: “En Corea, el niño es ley”. Tómese esa frase
por dondequiera y como quiera, y el resultado será siempre uno: El pueblo
coreano está dedicado a sus niños; vive y muere, trabaja, lucha y crea por sus
niños. De alguna manera, con esa extraña sensibilidad que tienen los niños en
todas partes, los de Corea se dan cuenta de eso, porque donde ellos están —sea
en la escuela, en las calles, en los parques—, sus risas y sus gritos de júbilo
dan la impresión de una enorme pajarera colmada de cantos. En mis años, que no
son pocos, jamás había visto nada igual.
Kim Il Sung sabía lo
que decía al afirmar que en Corea el niño es ley, pues los países perduran en
la medida en que sus ciudadanos los amen y los defiendan, y los niños de hoy
serán los ciudadanos de mañana. El mismo Kim Il Sung era apenas algo más que un
niño cuando a los trece años de edad comenzó a cumplir misiones de los grupos
de patriotas que estaban luchando contra los japoneses —que habían ocupado el
país en 1910—, y se hallaba en la flor de la vida cuando hacia 1932, acabando
de cumplir los veinte años, inició la guerra de guerrillas por la liberación de
Corea.
“¿Cuántos eran sus hombres
en ese momento?”, le pregunté, entre cucharada y cucharada de una sabrosa sopa
coreana que él mismo me servía con la naturalidad conque se comporta alguien
con un hermano.
Kim Il Sung sonrió.
Como todos sus compatriotas, es de sonrisa fácil y expresiva. Pero en esa
ocasión la sonrisa del líder de Corea quería decir muchas cosas; quería decir,
según me pareció: “Usted no va a creerlo”.
“Dieciocho”, dijo.
¿Y por qué no debía yo
creerlo? ¿No se había quedado Fidel Castro con sólo doce seguidores poco
después de haber desembarcado al pie de la Sierra Maestra? Fidel Castro había bajado de la Sierra, convertido en vencedor,
a los dos años de haber subido a ella, y Kim Il Sung estuvo guerrilleando trece
años, y los dos tomaron el poder al cumplir los treintidos. ¡Extraña similitud
de destinos entre el líder de un viejo pueblo oriental y el de un pueblo nuevo del Caribe! Pero si el destino de Kim Il Sung y el de
Fidel Castro se parecen, en cambio el de Corea y el de Cuba son distintos,
porque a Corea le ha tocado ser uno de esos países a los que Norteamérica les
ha aplicado la fórmula que ensayó con Colombia en Panamá, la de dividir las
naciones y de cada una hacer dos: dos Coreas, dos Chinas, dos Vietnam. A lo
mejor, en esa historia de país dedicado a dividir pueblos hallaron los negros
norteamericanos la idea de dividir ellos a su vez a los Estados Unidos en una
nación para los blancos y otra para los negros.
Corea quedó liberada en
agosto de 1945 y el día 15 de ese mes fue proclamada república bajo un gobierno
encabezado por el joven que había estado trece años dirigiendo las guerrillas
antijaponesas, esto es, por el mismo Kim Il Sung de quien vengo hablando. Unas
semanas después de establecida la república, los norteamericanos desembarcaban
en el sur al mando de Douglas MacArthur, y éste proclamaba, con su conocida
arrogancia: “… Todos los poderes del gobierno sobre el territorio de Corea, al
sur del paralelo 38 de latitud Norte, y sobre el pueblo que lo habita, serán...
ejercidos bajo mi autoridad”; y fue así como Corea, un país con más de tres mil
años de historia escrita, quedó cercenado como un cuerpo al que le cortan la
mitad.
Cinco años después de
eso comenzó el ataque norteamericano contra Corea del Norte. Al cabo de tres
años de guerra, todas las ciudades coreanas habían sido destruidas, o dicho con
más propiedad, habían sido demolidas por los bombardeos yanquis. Dieciséis años
después, ningún extranjero que visite el país verá las huellas de esa
destrucción masiva, pues una por una, todas las ciudades han sido levantadas
otra vez, y aun-que cualquiera se da cuenta de que son nuevas porque sus
avenidas están trazadas y sus edificios concebidos según los conceptos
característicos de la arquitectura más moderna, parece que tienen siglos de
habitadas, porque a primera vista se nota que entre sus habitantes y ellas hay
esa coherencia y esa intimidad que son propias de las ciudades antiguas.
Debido a que en los
años de la vida de Kim Il Sung su país pasó de colonia a república, y en la
lucha para hacer ese cambio él fue durante trece años el líder de la
resistencia patriótica; debido a que a causa de su papel como líder de la
resistencia él pasó automáticamente a ser el jefe del primer gobierno libre de
Corea; y dado que debido al ataque norteamericano las ciudades del país quedaron
demolidas y fueron reconstruidas bajo ese gobierno del antiguo guerrillero, la
historia de la república de Corea y su renacimiento se ha confundido con la de
Kim Il Sung. Decir Corea del Norte es, pues, decir Kim Il Sung; o si se
prefiere expresado al revés, Kim Il Sung es Corea del Norte. Mi impresión es que
para los coreanos no hay diferencia alguna entre el país y su líder, y que
ellos se imaginan a Kim Il Sung como una parte esencial de Corea y a Corea como
una obra de Kim Il Sung.
Esa identidad entre
líder y país es un fenómeno poco común en la historia humana, y gracias a ella
el poder de Kim Il Sung va más allá del campo político y alcanza una calidad
que no puede ser apreciada fácilmente; no es un poder que descansa en la
autoridad, en el terror, en el carisma del líder, en los bienes que éste
distribuye. Nada de eso. Es algo más profundo. Para el pueblo coreano, Corea y
Kim Il Sung son una sola y misma cosa.
Ese hombre que es a la vez
su pueblo se presenta de improviso en una escuela de párvulos, se sienta en un
pupitre y comienza a hacer preguntas
como otro escolar; o se va al campo y se pone a vivir en una cooperativa para
ayudar a los campesinos en su trabajo. Héctor Aristy y yo estábamos alojados en
una residencia que tiene el gobierno para sus huéspedes y se suponía que antes
de irnos de Corea visitaríamos a Kim Il Sung, y sucedió lo contrario: una
mañana Kim Il Sung se presentó en la residencia, comenzó a hablar conmigo y se
quedó a comer con nosotros. Como yo estaba a su derecha en la mesa, él mismo me
servía la comida. Iba vestido con la sencillez característica de los líderes
socialistas de Asia: un traje simple, pantalón y chamarra negros, y una gorra
de tela, de ésas que en Santo Domingo no usaría un campesino porque le
parecería pobre. Lo que hablamos en más de tres horas de conversación fue
mucho, variado y bueno, y me sorprendió lo bien informado que está acerca de
América Latina y sus problemas. Pero también tiene a flor de labios las
estadísticas de su país.
“En comparación con
1948, hasta 1967 la producción industrial de Corea había aumentado 22 veces, y
la fabricación de maquinarias, 100 veces, a pesar de la guerra; en 1946, la
proporción de la industria en el Producto Nacional Bruto era de 28 por ciento y
en 1964 era de 75 por ciento; en 1965, la producción de tejidos había aumentado
195 veces en comparación con la de 1944; en ese año de 1944, la producción de
tejidos per cápita era de 14 centímetros y en 1965, de 25 metros”.
Todo eso lo dijo de un
tirón, a pesar de que las comparaciones son tan dispares en lo que se refiere a
los años que es difícil retenerlas en la memoria. De todos modos, no era
necesario que lo dijera, pues el que visita Corea del Norte se da cuenta inmediatamente
de que es un país con un desarrollo económico vertiginoso. Los que conocen
Alemania del Este dicen que es el país cuya economía crece más de prisa en el
campo socialista. Yo no he estado en Alemania del Este, pero me asombraría que su
ritmo de crecimiento superara al de Corea. Corea produce el 98 por ciento de lo
que consume, desde maquinaria pesada hasta fósforos, y lo que consume es mucho
a juzgar por el nivel en que vive el pueblo.
La totalidad de las
familias usa electricidad. Por la vivienda se paga sólo 57 centavos por cada
100 pesos de salario, de manera que la persona que gane, digamos, 200 pesos, paga
1 peso y 14 centavos. Actualmente está construyéndose una casa para cada
familia campesina, y ya hay 600 mil familias campesinas con casas nuevas. Todo
lo que se refiere a medicinas, médico, hospital, operaciones y tratamiento es
gratuito y según pude ver visitando hospitales, el servicio es como para
tutumpotes de nuestro país. La cuarta parte de la población está estudiando en
9,260 establecimientos escolares y no hay un solo analfabeto; el teatro, el
ballet y el circo —que es muy popular en el país— son de primera categoría; su
cine y su televisión, excelentes.
Corea tiene que destinar
una suma enorme al mantenimiento de sus fuerzas armadas, lo que se explica
porque vive esperando de un día a otro el ataque norteamericano. A eso se debe
que la parte más importante de su industria pesada —y según algunos, toda su
industria de guerra— se halle bajo tierra, dotada además de hospitales,
escuelas, viviendas, almacenes de provisiones y agua, luz eléctrica y hasta
vías de comunicación subterráneas. Ya es un esfuerzo grande mantener un
ejército en pie de guerra, pero estar preparado para la guerra nuclear es un
esfuerzo extraordinario para cualquier país, cuanto más para uno pequeño que en
quince años ha rehecho todas sus ciudades y todas sus industrias, y las ha multiplicado.
Si Corea pudiera dedicar a su desarrollo todos los recursos que tiene que
destinar a defenderse, sería el asombro del mundo. Para los partidarios del
régimen socialista, ese poder de progreso será fruto del socialismo; para mí,
al socialismo hay que sumar las condiciones naturales del pueblo coreano y la
circunstancia de que cuenta con un líder —desde luego, socialista— que es a la
vez resuelto y prudente; de una prudencia exquisita, al grado que en Corea no
se ha impuesto a la fuerza ninguna medida socialista: todas han sido llevadas a
la práctica después que han sido clara y metódicamente explicadas al pueblo y
después que éste ha decidido aceptarlas. En cuanto al pueblo, es sobrio,
disciplinado, trabajador, ardientemente patriota, y muy inteligente, y muy
fino. De lo último da prendas abundantes su actitud ante la obra artística. El
coreano es un artista nato.
Volviendo de Pammunjong
—el punto donde se celebran desde hace años las conversaciones de paz— llegamos
a media tarde a Kessong, y allí, en el Palacio de los Pioneros, se improvisó
una fiesta de teatro infantil. Toda la vida recordaré aquellos diminutos
artistas de 6 y 7 años; sus cantos, sus danzas, sus pequeñas piezas de teatro,
y sobre todo el final del acto. Los niños coreanos no me dejaban salir. Me
abrazaban, me besaban; cada uno de ellos era un surtidor de alegría. Yo tenía
los ojos puestos en ellos, pero a quienes veía era a los niños de mi país.
JUAN BOSCH
(Publicado en la revista ¡Ahora!, Nº 326 del 9 de febrero de 1970.)