28 de octubre de 2013

Miguel Núñez: el ideal artístico y Bosch



Ignacio Nova 
ignnova1@yahoo.com
Que el reconocido artista Miguel Núñez traiga a su obra y al espacio del Congreso Nacional la figura del profesor Juan Bosch, en el marco conmemorativo de su Centenario, indica que la pintura, como disciplina social, desea plantear algunas urgencias nacionales, en este caso el reclamo de vigencia, de que ondeen, prácticos, los ideales de don Juan.
Con esa intención, el arte se incluye en el discurso de la Historia y de los valores; construye y modela la memoria colectiva y la nacionalidad; sirve de documentación emotiva y esencial; apuntala el sistema preceptivo y legitima una praxis política ejercida desde la ética, el beneficio social y confraternidad humana característica de Bosch. Desde esta proclama urgente, la plástica se constituye en apelativo a las generaciones presentes y en legado para la posteridad, y será así hasta que los valores que la sustentan participen de la realidad y vigencia del ideal.
Que Núñez, a través de unos momentos emotivos, documentados por la proximidad personal, los afectos y la crónica periodística, hable de don Juan; que recoja sus periplos promotores de la democracia y la participación popular en los destinos nacionales, nos propone al héroe como una idea hecha realidad por el arte; lo hace sembrador y forjador de consciencia. Al aportar a esta construcción de un significado trascendente de Bosch la colección de Miguel Núñez lo incluye entre los forjadores de naciones, propulsores de los procesos definitorios del avanzar humano; en un dicente del modo humanista y ético de gobernar.
Esta pintura celebra el vínculo de Bosch con su pueblo, el establecido mediante una palabra que es luz; que procede del estudio y del saber. Por la calidad de su pureza, Miguel aproxima a Bosch al apostolado político. En tal estatura de humildad heroica, Miguel Núñez modela un Juan Bosch íntimo, público y personal. Así ha hecho con Juan Pablo Duarte, en torno a quien tiene realizada una numerosa Colección Bicentenaria, no expuesta aún. El artista aporta una iconografía al ordenamiento de nuestra sociedad.
Esas dos figuras encarnan lo que debieran ser los hombres públicos: modelos de la perfectividad; conductores sociales, maestros, guías individuales y colectivos, referencias éticas y de la dignidad, la fraternidad social entre los hombres y mujeres de la nación próspera, igualitaria y justa.
Dice George Friedrich Hegel, ese inmenso del pensar y radical de la libertad, que el ideal contiene una unidad tal que cada una de las partes componentes dejan traslucir el alma que penetra y anima el todo. Igual en aquellos momentos íntimos y humildes de la historia nacional vividos por el pueblo junto a su Juan Bosch que en la obra de Miguel Núñez adquieren grado de esencialidad y la serenidad de la convicción. En ella, en la luz blanquecina y los colores luminosos, el autor expone cómo en don Juan decir y hacer definen, conjugados, una armonía sin pesares ni oscuridades en las palabras y la acción.
Bosch es luz, la del saber, sentir y hacer bien por el pueblo abandonado. Y así lo representa el pincel diestro de Miguel Núñez, recurriendo a un impresionismo manierista, sutil y personal. No se trata de esa simple pintura conmemorativa de figuras históricas, que homenajea sin virtudes. Esta es mucho más: el artista ha venido al lienzo con una emotividad tan admirada que en ella toda oscuridad ha desaparecido, todo presagio y anuncio aciagos. No existe el color negro. El violáceo vibra, oculto y apastelado.
La representación pierde toda temporalidad porque los personajes viven una eternidad suspendida sobre ellos, un hieratismo cuyas claves las define la introspección. Embellecidas en un intermedio entre clasicidad, impresionismo, expresionismo y arte pop (por publicitario y fotográfico), la figura de Juan Bosch que Núñez entrega es un verdadero híbrido de calidades elegantes y finas. Su abordaje cromático, limpio, luminoso y festivo, le abren el  camino hacia lo iconográfico y casi sensual.
Esta pintura de Miguel Núñez apuesta al diálogo con su espectador, lo establece sobre códigos visuales heredados, conocidos, de amplia difusión; y activa los atributos cultivados por toda iconografía pública. Así garantiza su efectividad: comunicar el ideal. No son retratos al modo clásico ni dejan de serlo; son otros: forjados por un eclecticismo expresivo, al modo de un Renoir contemporáneo, que con la destreza y habilidad de su hacer adopta algunas herencias formales para entregar un resultado resumido en la virtud y la silente trascendencia de lo humilde y lo abnegado.
Toda representación de figuras históricas mantiene el vínculo con la individualidad y desde ella apela a lo universal del ideal. Rodeado de pueblo, Bosch es el maestro de la Democracia, el educador. Y Miguel Núñez lo recoge y organiza en piezas en las que el héroe transmite su verdad a una comunidad rural, como ética del ejercicio público y político. Bañado en la luz de su consciencia y convicción, Miguel Núñez nos entrega esta singular e importante colección sobre el profesor Juan Bosch.

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