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Que el reconocido artista Miguel Núñez traiga a
su obra y al espacio del Congreso Nacional la figura del profesor Juan Bosch,
en el marco conmemorativo de su Centenario, indica que la pintura, como
disciplina social, desea plantear algunas urgencias nacionales, en este caso
el reclamo de vigencia, de que ondeen, prácticos, los ideales de don Juan.
Con esa intención, el arte se incluye en el
discurso de la Historia y de los valores; construye y modela la memoria
colectiva y la nacionalidad; sirve de documentación emotiva y esencial;
apuntala el sistema preceptivo y legitima una praxis política ejercida desde
la ética, el beneficio social y confraternidad humana característica de
Bosch. Desde esta proclama urgente, la plástica se constituye en apelativo a
las generaciones presentes y en legado para la posteridad, y será así hasta
que los valores que la sustentan participen de la realidad y vigencia del
ideal.
Que Núñez, a través de unos momentos emotivos,
documentados por la proximidad personal, los afectos y la crónica
periodística, hable de don Juan; que recoja sus periplos promotores de la
democracia y la participación popular en los destinos nacionales, nos propone
al héroe como una idea hecha realidad por el arte; lo hace sembrador y
forjador de consciencia. Al aportar a esta construcción de un significado
trascendente de Bosch la colección de Miguel Núñez lo incluye entre los
forjadores de naciones, propulsores de los procesos definitorios del avanzar
humano; en un dicente del modo humanista y ético de gobernar.
Esta pintura celebra el vínculo de Bosch con su
pueblo, el establecido mediante una palabra que es luz; que procede del
estudio y del saber. Por la calidad de su pureza, Miguel aproxima a Bosch al
apostolado político. En tal estatura de humildad heroica, Miguel Núñez modela
un Juan Bosch íntimo, público y personal. Así ha hecho con Juan Pablo Duarte,
en torno a quien tiene realizada una numerosa Colección Bicentenaria, no
expuesta aún. El artista aporta una iconografía al ordenamiento de nuestra
sociedad.
Esas dos figuras encarnan lo que debieran ser los
hombres públicos: modelos de la perfectividad; conductores sociales,
maestros, guías individuales y colectivos, referencias éticas y de la
dignidad, la fraternidad social entre los hombres y mujeres de la nación
próspera, igualitaria y justa.
Dice George Friedrich Hegel, ese inmenso del
pensar y radical de la libertad, que el ideal contiene una unidad tal que
cada una de las partes componentes dejan traslucir el alma que penetra y
anima el todo. Igual en aquellos momentos íntimos y humildes de la historia
nacional vividos por el pueblo junto a su Juan Bosch que en la obra de Miguel
Núñez adquieren grado de esencialidad y la serenidad de la convicción. En
ella, en la luz blanquecina y los colores luminosos, el autor expone cómo en
don Juan decir y hacer definen, conjugados, una armonía sin pesares ni
oscuridades en las palabras y la acción.
Bosch es luz, la del saber, sentir y hacer bien
por el pueblo abandonado. Y así lo representa el pincel diestro de Miguel
Núñez, recurriendo a un impresionismo manierista, sutil y personal. No se
trata de esa simple pintura conmemorativa de figuras históricas, que
homenajea sin virtudes. Esta es mucho más: el artista ha venido al lienzo con
una emotividad tan admirada que en ella toda oscuridad ha desaparecido, todo
presagio y anuncio aciagos. No existe el color negro. El violáceo vibra,
oculto y apastelado.
La representación pierde toda temporalidad porque
los personajes viven una eternidad suspendida sobre ellos, un hieratismo
cuyas claves las define la introspección. Embellecidas en un intermedio entre
clasicidad, impresionismo, expresionismo y arte pop (por publicitario y
fotográfico), la figura de Juan Bosch que Núñez entrega es un verdadero
híbrido de calidades elegantes y finas. Su abordaje cromático, limpio,
luminoso y festivo, le abren el camino hacia lo iconográfico y casi
sensual.
Esta pintura de Miguel Núñez apuesta al diálogo
con su espectador, lo establece sobre códigos visuales heredados, conocidos,
de amplia difusión; y activa los atributos cultivados por toda iconografía
pública. Así garantiza su efectividad: comunicar el ideal. No son retratos al
modo clásico ni dejan de serlo; son otros: forjados por un eclecticismo
expresivo, al modo de un Renoir contemporáneo, que con la destreza y
habilidad de su hacer adopta algunas herencias formales para entregar un
resultado resumido en la virtud y la silente trascendencia de lo humilde y lo
abnegado.
Toda representación de figuras históricas
mantiene el vínculo con la individualidad y desde ella apela a lo universal
del ideal. Rodeado de pueblo, Bosch es el maestro de la Democracia, el
educador. Y Miguel Núñez lo recoge y organiza en piezas en las que el héroe
transmite su verdad a una comunidad rural, como ética del ejercicio público y
político. Bañado en la luz de su consciencia y convicción, Miguel Núñez nos
entrega esta singular e importante colección sobre el profesor Juan Bosch.
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28 de octubre de 2013
Miguel Núñez: el ideal artístico y Bosch
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