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Profesor Juan Bosch y el Coronel Caamaño |
En un articulo que produjo la revista ¡ahora!, No 486, del 5 de marzo de este año bajo el titulo de “Bosch relata la desaparición de Caamaño” conté mis relaciones con el Héroe de abril hasta aquel domingo” ya en el mes de octubre (de 1967)” cuando “Caamaño y su familia salieron hacia Madrid desde Benidorm, donde vivía para esos días. En ese articulo expliqué que al despedirme “me dio un abrazo y me dijo algo que no pude entender. Sin embargo, el abrazo y las palabras se correspondían y tenían una significación especial; no era una despedida simple sino algo más. Fue como si me hubiera dicho que volviéramos a vernos en circunstancias especiales, en otra forma, en otra tierra”, según dije en ese artículo. Y lo cierto es que no volvimos a vernos, aunque faltó poco para que nos viéramos de nuevo; y nuestras relaciones se reanudaron, aunque de manera irregular y por muy poco tiempo, algunos meses del año 1968. Y a esas relaciones cortas e irregulares es a las que voy a referirme en este artículo.
No me seria fácil ahora, a esta distancia de años, cuantos días pasaron desde que Caamaño salió de Benidorm hasta que llegó a Londres; pero deben haber sido pocos porque no debíamos ir por el 15 de octubre cuando se presentó en mi casa una persona que llevaba un mensaje de Caamaño. El mensaje iba dentro de un cigarrillo y era muy corto; en él me anunciaba que el portador me entregaría 500 dólares para que los guardaras para él (Caamaño) podría necesitar en cualquier momento que alguien hiciera viaje a cualquiera otra gestión que él pudiera pedirme. Tal vez dos o tres semanas después de eso, a fines de la primera semana del mes de noviembre, tal como dije en el artículo que reprodujo la revista ¡ahora!, se presentó en Benidorm el capitán Héctor Lachapelle Díaz; y según dijo en el mencionado artículo: “había volado desde Londres hasta Alicante para saber si yo tenia noticias del coronel Caamaño; el Dr. Jottin Cury y Doña Chichita de Caamaño, también en busca de noticias. Cury, Montes Arache, Lachapelle y yo tuvimos largo tiempo realizando punto por punto, y con la mayor atención, todas las posibilidades del caso, y nuestra conclusión fue una: el coronel Caamaño se había ido de Europa por su propia voluntad y después de haber preparado con mucha con mucha anticipación y con mucho cuidado cada uno de sus pasos. No había temor de que le hubiera sucedido o pudiera sucederle una desgracia. Nuestras dudas quedaron sin aclarar sólo en un aspecto. No sabíamos, ni podríamos averiguarlo por el momento, a donde había ido Caamaño.
Lo que no dije de esa entrevista en ese artículo es que en vista de que ni Montes Arache ni Lachapelle Díaz ni Jottin Cury tenía medios para moverse por Europa; yo dispuse de los 500 dólares que Caamaño me había mandado unas tres semanas antes y se los entregué para que los usaran a su mejor saber y entender. A partir de entonces no volví a tener noticias de Caamaño, pero el 6 de enero de 1968 (y no puedo olvidar la fecha porque en la noche anterior había nevado en las montañas que están detrás de Benidorm y el día de los Reyes Magos era frio hasta calar los huesos) supe que estaba en Cuba; lo supe por una visita que llegó de Valencia a llevarme un mensaje suyo.
Yo tengo buena memoria, y para algunas cosas, muy buena; pero hay algunas otras en la cual no es buena; por ejemplo, en los títulos de los libros que leo y en las fechas de los acontecimientos de mi vida, sean o no sean importantes. Puedo recordar que el día de la llegada a Benidorm de la visita de que acabo de hablar era 6 de enero porque en ese caso se unieron dos circunstancias; era el día de Reyes y las montañas de Benidorm estaban nevadas. Sin embargo, no podría decir ahora con seguridad si las cosas que voy a referir inmediatamente las dije en esa fecha o en el mes de marzo, cuando volvió a visitarme la misma persona. Creo, sin embargo, que lo que hablé entonces con esa visita fue lo que voy a contar porque parte de la conversación se relacionó con el Dr. José Francisco Peña Gómez y el Dr. Peña Gómez andaba por esos días cerca de España; tal vez estaba en Suecia y creo que estuvo en Benidorm al finalizar el mes de diciembre.
Lo primero que me dijo la visita, de parte del coronel Caamaño, era que él se hallaba en Cuba y que había un Cubano interesado en tener entrevista con el compañero Peña Gómez (que todavía no tenia titulo de Doctor en Derecho); que la entrevista se había arreglado para ser celebrada en París; que Peña Gómez debía entrar en el tren subterráneo (metro) de la plaza Marceau a las 3:00 de la tarde que cuando fuera bajando las escalera se le acercaría un hombre y le preguntaría si el fumaba cigarrillos Aurora, a lo que Peña Gómez respondería que no. Y que a partir de ese momento el que le hiciera la pregunta se le pondría al lado y seguiría caminando y hablando con el hasta llegar a un punto donde estarían los dos y el desconocido le daría un mensaje del coronel Caamaño que Peña Gómez debía transmitirme inmediatamente.
No se si se debe a que de niño leía novelitas de misterio y espionaje, pero es el caso que soy muy desconfiado en todo lo que se relacione con actividades de este tipo. La cita en el metro de la plaza Marceau que me pareció una provocación, y eso que yo no sabia entonces, como lo vine a saber después. Que el jefe de G-2 Cubano en Europa, (me parece que se llama Hugo Castro), el mismo hombre que arregló el viaje del coronel Caamaño a Cuba, estaba trabajando para la CIA desde antes de ese viaje del coronel Caamaño, de manera que el coronel Caamaño estuvo vendido a la CIA desde antes de pasar, siquiera, en ir a Cuba, porque tan pronto llegó a Londres el Héroe de abril entró en relaciones dl jefe del G-2 cubano, que residía en Paris, ciudad a la cual iba Caamaño con frecuencia.
Mi argumento para no autorizar la entrevista de Peña Gómez en Paris con el misterioso agente cubano fue el siguiente: “Hazle saber a Francis (el nombre que le dábamos a Caamaño en la intimidad) que Peña Gómez es negro, y sin embargo, si lo mando ahora al Congo, que es un país de negros, allí llamará la atención por la arrogancia de su figura, y con mucha más razón llamará la atención en Paris, que es una ciudad de gente blanca, y más todavía en la Place Marceau, que está en el corazón de Paris. Si Peña Gómez va a esa cita, seguramente la CIA lo detectará, y al mismo tiempo se quemarán Peña Gómez y el PRD. No; dile a Francis que no; que no autorizaré esa reunión”.
La persona con quien estaba hablando era de las que no abandonan su posición fácilmente y trató de persuadirme de que tratándose de revolucionarios probados, como eran los cubanos, Peña Gómez no corría ningún peligro de ser descubierto por la CIA pues seguramente los agentes del gobierno de Cuba en Paris habían tomado todas las precauciones para que eso no pudiera suceder. Pero yo tampoco soy de los abandonan fácilmente su posición y le expliqué que de quien hay que desconfiar es de los aliados, no de los enemigos, porque del enemigo no se fía uno nunca, o por lo menos no debe fiarse uno jamás. El peligro está en confiar en un aliado, porque el aliado puede ser, sin uno saberlo, agente del enemigo. Discutimos y al fin las cosas quedaron como yo decía: Peña Gómez no iría a Paris ni a ninguna parte y no tendría entrevistas con ningún miembro del G-2 cubano. Para entrevistas futuras, que Francis mandara un dominicano, no un cubano, fue mi conclusión.
Yo me preparaba ya a decirle a Dios a la persona que había ido a verme en esa fría mañana de enero, pero de pronto ella dijo que había un segundo punto que tratar.
¿Cuál era?
Era que Francis quería que se le enviara a Argelia a un ayudante que había dejado en Londres y mi visitante me entregó un papel con todos los detalles de la forma en que había de hacerse la operación para embarcar al ayudante de Caamaño. En primer lugar, yo debía llamar a un teléfono de Madrid para preguntar no recuerdo que, y esa llamada mía indicaría que el ayudante podía trasladarse de Londres a Madrid; ya en Madrid, el ayudante me llamaría con tal y cual nombre y yo haría entonces los arreglos para enviarle el pasaje a Argel, capital de Argelia, para que se le entregara el papel con las instrucciones de lo que debía hacer al llegar a Argel. Recuerdo nítidamente que en esas instrucciones figuraba el nombre de un café donde el ayudante de Francis debía entrar y el de una bebida que debía pedir en voz alta; después de pedir esa bebida un hombre se le acercaría por el lado derecho y le haría la misma pregunta que se le hubiera hecho en el subterráneo en la Place Marceau a Peña Gómez en caso de que éste hubiera ido a la cita de Paris.
“No puedo encargarme de esas gestiones ni puedo ayudar al ayudante de Francis a viajar a Argelia porque el dinero que Francis me dejó se gastó hace dos meses. Se le entregué completo a Montes Arache, Lachapelle y Jittin Cury para que pidieran viajar a Paris y Holanda”, le dije a mi visitante.
Mi visitante quiso darme a entender que quizás lo del dinero pudiera resolverse; que lo importante era que yo hiciera la llamada a Madrid y que dieran facilidades para que el ayudante de Caamaño pudiera viajar a Argelia. Pero era natural que yo mantuviera en este caso la mista actitud que había mantenido en el caso de la posible entrevista de Peña Gómez con un desconocido en un lugar de Paris. Cualquiera que fuera mi intervención, pequeña o grande, en el caso de Peña Gómez como en el del ayudante de Caamaño, si la CIA estaba al tanto de los movimientos de Caamaño, el PRD saldría perjudicado sin que ese perjuicio se justificara porque nosotros no estábamos en actividades conspirativas de tipo guerrillero o internacional. Y el instinto me decía, como si supiera en que andaba el jefe del G-2 cubana en Europa, que por detrás de cualquier movimiento que se relacionara con Cuba debía hallarse necesariamente la CIA. Así, pues, tampoco cedí en ese asunto, y la visita se fue pasado el medio día sin haber logrado lo que había ido a buscar a Benidorm.
Y he aquí que un buen dio, en el mes de marzo, probablemente a mediado del mes, la misma persona volvió a presentarse a mi casa de Benidorm y quiso hablar conmigo a solas. Sus acompañantes salieron con Doña Carmen a la playa y a recorrer el poblado, mientras nosotros dos hablábamos. Sus primeras palabras fueros estas: “Me voy a Cuba. Voy haber a Francis y quiero saber que debo decirle de parte de usted”.
Esta declaración me vino como anillo al dedo porque era mucho lo que vi había pensado en Francisco Caamaño Deñó y en su destino. El Héroe de abril había salido de la Revolución convertido en un Líder, y en términos de ajedrez el líder es el jugador no es una ficha de tablero; el es quien mueve las fichas para hacerle frente al adversario. Ahora bien, al irse a Cuba Caamaño se iba convirtiendo por su propia voluntad de jugador en fija que otro jugador podía jugar cuando le conviniera. Por otra parte, la situación mundial estaba cambiando a la carrera y se veía que la ola revolucionaria iba cediendo, por lo menos en la América Latina. ¿Durante cuanto tiempo iba a tener que quedarse Caamaño en Cuba aislado de nosotros y del pueblo Dominicano?. En aquellos días era difícil preverlo, pero ahora sabemos que iba a mantenerse en ese aislamiento más de cinco años, tiempo suficiente para que la imagen de cualquier líder se destiña a los ojos de su pueblo, sobre todo si no a sido un líder de actividad prolongada, como no lo fue Caamaño, que pasó por el cielo político nacional con la fuerza de un relámpago, pero también con la velocidad deslumbrante del relámpago. Había llegado, con esa persona que iba a verlo en Cuba, la oportunidad de hacerle saber a Caamaño mis preocupaciones, y no iba a desperdiciarla.
Así, pues, le hablé a mi visitante de esta manera: “Dile Francis que preveo un entendimiento entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, una especie de acuerdo para llegar a un reparto de influencias en el mundo; explícale cuidadosamente esto que voy a decirte a continuación: que a mi juicio, si hay ese acuerdo entre los dos gigantes, la Unión Soviética le pedirá a los Yanquis que no se matan más con Cuba, que la dejen tranquila, que no le envíen más grupos de antisfidelistas a atacar la isla ni a matar a Fidel; que a cambio de eso, ellos, los Soviéticos, se comprometerán a obtener de Fidel que no manden más guerrillas a otros Países de la América Latina o que cese en su ayuda a las guerrillas que hay ahora en actividad”.
A continuación hice que mi visitante me repitiera esas palabras tal como la había entendido, aunque no fuera tal como yo las había dicho. Mi interés era saber si había captado su sentido. Las repitió y quedé satisfecho; y entonces volví hablar; y esto fue lo que le dije:
“Dile a Francis que se mantenga alerta y que si él advierte señales de ese entendimiento, que se salga de Cuba; que salga por Vietnam y declare al mundo que él estaba en Vietnam observando la manera de combatir de los vietnamitas, y que después de eso el y yo nos veremos donde el quiera”.
Hay terminó la entrevista. La persona que me oyó hablar así esta viva y leerá este articulo; se lo enviare por si tiene que hacer alguna observación, agregar algo que se me haya quedado oculto en los recovecos de la memoria o enmendar cualquier error mío. Pero estoy seguro de que mis palabras fueron en esencia las que están escritas. Esa persona se despidió y no he vuelto a verla. Tampoco volví haber a Francisco Alberto Caamaño, que moriría cinco años después fusilado en las Lomas de Ocoa.
Tal vez iba terminando el mes de mayo quizás estábamos ya en junio; pero es el caso que un domingo, mientras se hallaban en mi casa Peña Gómez y dos jóvenes dominicanas llegó una persona desconocida. Era un cubano que me abrazó con mucha emoción y me entregó una carta, o mejor dicho dos cartas. Una de ellas era de Caamaño; la otra de Raúl Roa. Además de las cartas, el cubano me dio un recado: para dentro de tantos días (ahora no recuerdo si eran diez, doce, o quince) me estaría esperando en Roma un enviado personal de Caamaño. Todavía se hallaba en casa el mensajero cubano cuando llegó otra visita de Madrid con otra carta de muy pocas líneas, que en resumen decía esto: “En estos días van a invitarlo a hacer un viaje fuera de España. No lo haga porque estará vigilado desde que coja el avión”. Por esa razón, quien iba a hacer el viaje a Roma iba hacer José Francisco Peña Gómez y no yo. De ese viaje suyo a Roma a escrito Peña Gómez más de una vez, de manera que pasaré sobre el de prisa sin detalles. En cuanto a la carta de Caamaño que me llevó el cubano, se la devolví con una respuesta muy corta y a mano del propio mensajero que me llevó la suya. ¿Por qué se la devolví?. Porque no quería que esa carta figurara en mi archivo, que en cualquiera salida mía de Benidorm podía ser registrado por agente secreto de cualquier país. En esa carta Caamaño me decía que había recibido el recado que le había enviado en el mes de marzo, pero que yo no comprendía la grandeza del alma de alma de la revolución cubana y de sus lideres; que a esos líderes ningún poder de la tierra los haría desviarse de sus planes de ayudar a la revolución latinoamericana hasta el sacrificio total, de ser necesario, de la revolución cubana.
De esa carta deduje que Caamaño se había sumado con toda el alma a la tesis “foquista” y que no iba abandonarla, y de hay que al darle mis instrucciones a Peña Gómez para la entrevista de Roma le dijera que por ninguna razón comprometiera al partido en ayuda o apoyo a una acción guerrillera, y que si le ofrecían dinero no aceptara, y reclamara solamente la suma gastada e el viaje de Benidorm a Roma ida y vuelta, pero ni un centavo más Recuerdo vivamente que cuando me día cuenta de su misión Peña Gómez me preguntaba como sabia yo que le iban a ofrecer dinero y además decía sonriendo: “ Profesor, era mucho dinero el que querían darme; era un montón enorme de billetes americanos grandes”.
El cubano (Por cierto, persona muy gentil y evidentemente muy sincera) que me llevó la carta de Caamaño a Benidorm y su recado para que viajara a Roma me mandó un mensaje con un dominicano que vivía en Madrid para que nos viéramos donde yo quisiera, y como yo salía en esos días de viaje hacia Francia y Suiza, le mande a decir que podíamos verlos en Barcelona. Cuando llegué a mi hotel en aquella Ciudad, hay estaba en cubano. Me dijo que yo debería mandar un hombre a Cuba y le dije que podía hacerlo si me facilitaba el pasaje, pero el quiso darme dinero para comprar el pasaje y yo no podía aceptar semejante trato; de manera que cuando volvimos a vernos, en Benidorm, precisamente en presencia del Dr. Peña Gómez (pues en ese momento estaban reunido en mi casa, o mejor dicho frente a mi casa, los compañeros que habían ido a participar en la reunión de la cual salió la llamada Acta de Benidorm), yo le dije con toda franqueza que nosotros como partido no podíamos tener relaciones con el G-2 cubano ni con ningún G-2 del mundo; y hay terminaron mis relaciones y, en cierto sentido, mis relaciones con Cuba con Caamaño.
Digo que en cierto sentido porque yo seguí haciendo esfuerzo por sacar a Caamaño de Cuba, pero él no respondió a esos esfuerzos; y uso la palabra respondió en términos materiales; esto es, no tuve de él en ningún caso ninguna respuesta. Sus padres estuvieron en Benidorm y vinieron a verme, no recuerdo si en el mes de enero de 1969, preocupados, como es natural, por el destino de su hijo, y le expliqué que no temieran nada porque Francis no podría salir de Cuba con una guerrilla hacia Santo Domingo. Ya para esa época había numerosos síntomas de que se había producido entre la Unión Soviética y los Estados Unidos el entendimiento a que me refería antes, y así se lo dije a Doña Nonín y a Don Fausto Caamaño. Aproveché después un viaje de Narciso Isa Conde a Cuba para tratar de que Caamaño saliera de la Isla hermana y se fuera a Vietnam, donde podríamos vernos y tratar el caso dominicano; pero según me contó después Isa Conde en Paris, Caamaño no accedió a tener esa entrevista conmigo. Yo veía en proceso de liquidación la etapa de fervor revolucionario que se había estado viviendo en toda la América a partir del éxito de la revolución cubana y quería que Caamaño volviera al país y se integrara a la lucha política dentro del Partido Revolucionario Dominicano, donde podía desarrollar con toda amplitud sus capacidades de líder; pero el se negó a aceptar la posibilidad, siquiera, de tratar ese tema conmigo. Caamaño no se sintió nunca Perredeista y además, a pesar de que era el producto de una revolución urbana y de masas, se había hecho “foquista” y era “foquista” de corazón, y de hay no iba a sacarlo nadie como demostraron los hechos.
A fines de 1969, cuando retorné de mi viaje a Corea, China, Vietnam y Cambodia, fue a visitarme en mi casa de Paris un amigo de mis días cubano. Ese amigo era el Embajador de Cuba en Paris y acababa de regresar de un viaje a la hermosa isla de Fidel Castro. Era natural que al vernos al cabo de dos años sin haber cambiado una palabra habláramos de varias cosas, y así lo hicimos; pero de buenas a primera me dijo él: “Profesor, el comandante es su amigo; ustedes son amigos viejos. ¿Por qué no le escribe diciéndole cualquier cosa, lo que usted quiera”.
¿Qué pensé yo al oír lo que decía el Embajador Cubano?.
Pensé en el acto en Francisco Alberto Caamaño; pensé en que se me estaba brindando una oportunidad para llegar hasta él y tratarle de alguna manera lo que quería decirle desde hacia tiempo; pero pensé también que Fidel Castro quería que fuera yo quien le diera pie para poder hablar del caso de Caamaño, y por tal razón yo debía hacer una prueba: esperar que el embajador insistiera en la petición. Si insistía, no había duda de que Fidel Castro quería tratar conmigo el problema de la permanencia de Caamaño en Cuba.
Y el embajador insistió, no una sino dos veces, al cabo de las cuales le escribí a Fidel diciéndole generalidades sobre el PRD y sobre la situación general del PRD y los planes que teníamos para desarrollar como un partido bien organizado. Como respuesta a esa carta me llegó una invitación transmitida verbalmente por el embajador, para que fuera a Cuba y la invitación salía directamente de Fidel Castro.
¿Qué tenia yo que hacer ante esa invitación?.
En primer lugar, tenia que pedirle autorización al partido para hacer el viaje a Cuba, y el segundo lugar tenia que estar segura de que ya en Cuba podría ver a Caamaño, y no solo verlo sino hablar con el tantas veces como fuera necesario para convencerlo de que se fuera a Santo Domingo a trabajar dentro del PRD .
¿Pero como podía asegurarme de todo eso con anticipación?.
De una sola manera: proponiéndole a Fidel que antes de salir hacia Cuba yo debía conocer la agenda de lo que iba a tratar con el y esa agenda debía haber un punto que era para mí de interés especial: ver a Caamaño y hablar con el y quedar en libertad decir que lo había visto en Cuba y de que cosas habíamos hablado. Sin cumplirse esos requisitos no podría ir a Cuba porque desde Cuba saldría hacia Santo Domingo y era absolutamente imposible que llegara a mi país yendo de Cuba y que dijera que no había visto a Caamaño que él no estaba en Cuba. Nadie en Santo Domingo habría creído que abriendo ido a Cuba no pude ver a Caamaño, porque ya hacia tiempo que en mi país se sabía que Caamaño se hallaba en Cuba. En cambio, mi posición ante el pueblo dominicano habría sido muy diferente (y además, la única que sabia en un hombre como yo) si al llegar allí hubiera dicho: “Vi a Caamaño, lo invite a venir a trabajar en el PRD y se negó o aceptó y vendrá tal día.
Desde luego, le propuse al embajador cubano, y a través de él a Fidel castro lo que acabo de decir y espere la respuesta de Fidel. Esa respuesta llegó, pero y en el año de 1970 y no era la que yo esperaba; era así: que no me preocupara por la agenda de lo que íbamos a tratar Fidel y yo, que seria decidido tan pronto yo llegara a la Habana.
¿Qué podría hacer ante esta respuesta? ¿Aceptarla?.
De ninguna manera. Por nada del mundo podía ir a Cuba sin tener la seguridad absoluta, dada por el propio Fidel Castro de que podría ver a Caamaño, podría hablar con él y podría decirle al pueblo dominicano que lo vi y explicarle de que habíamos hablado. Así pues, no acepte el mensaje del embajador (es decir, no lo acepte en mi fuero interno, aunque lo oí con la debida cortesía) y me dispuse a esperar la oportunidad propicia para salirme con mi empeño.
Me acuerdo con el compañero Peña Gómez, Secretario general y jefe del PRD dentro del país, era que yo volvería a Santo Domingo después de pasadas las elecciones de 1970, que iban a tener lugar el 16 de mayo; y por esa razón disponía de tiempo suficiente para esperar un cambio en la actitud de Fidel Castro. En el mes de marzo el embajador cubano volvió a repetirme la invitación de viajar a Cuba y volví a repetirle mis condiciones sin lograr el resultado que buscaba. Pero ya para fines de marzo yo veía con claridad que no iba a poder esperar hasta después de las elecciones sin retornar a Santo Domingo, y no quería salir de Europa sin dejar resuelto el problema que representaba para el porvenir político del país y del PRD el caso de Francisco Alberto Caamaño. Por esa razón, a fines de marzo entré en conversación con un dirigente del partido comunista dominicano, que podía ir fácilmente a Cuba y ver a Caamaño y decirle en mi nombre todo lo que yo quería y no iba a poder decirle.
Ese dirigente del PCD salió para la habana en los últimos días de marzo o en los primeros de abril y llevaba una carta mía para Caamaño en la que le pedía que lo oyera como si se tratara de mi mismo, pues lo que el iba a decirle era lo que no podía decirle yo porque las circunstancias habían cambiado y ya yo no podría verlo en Cuba debido a que tenia que salir para el país lo antes posible. El dirigente del PCD fue a la Habana y vio a Caamaño y habló con el. Desgraciadamente no pudo hacerlo a tiempo, y el día que llegó a verme en Paris yo tenia ya dos o tres horas volando en dirección hacia Santo Domingo. Todavía quedó en el aire una posibilidad, y fue la de que yo aceptara la invitación que me hizo el gobierno cubana para que visitara a Cuba para la celebración del 26 de julio de ese año de 1970; pero yo estaba ya en Santo Domingo, y en caso de haber viajado a Cuba quizás el Doctor Balaguer que pretendió no dejarme entrar en el mes de abril se habría aprovechado de la ocasión para mantenerme fuera del país.
Para mí estaba claro que si se me invitaba air a Cuba era porque se aceptaban las condiciones que yo había manifestado. Ahora bien, ¿habría Caamaño aceptado salir de Cuba y venir al país a luchar dentro del PRD?.
Eso no podía saberlo yo y posiblemente no lo sabía nisiquiera Fidel Castro. Los hechos ocurridos en febrero de 1973 indican que Caamaño no habría aceptado mi proposición porque creía en sus métodos de lucha, no en los míos, aunque estos fueran los que aconsejaban las circunstancias del país y de América, así como en el 1965 aconsejaron la guerra del pueblo.