21 de octubre de 2012

VIAJE POR LA HISTORIA


Alfonso Rodríguez D. un genio desconocido
Escrito por: ÁNGELA PEÑA
Cuando en el país los llamados economistas se sometían a los caprichos administrativos de Trujillo, ya él era un experto analista financiero que se atrevía a contradecir decisiones del tirano con los fondos del Estado. Fue historiador, ejecutivo de medios de comunicación y periodista, contable, activista cultural, maestro, investigador científico, explorador arqueológico, políglota, autor de  diccionarios y enciclopedias y, sin embargo, es desconocido. Quizá el único reconocimiento a su labor se le rindió en vida al designarlo miembro correspondiente de la Academia Dominicana de la Historia.
Alonso Rodríguez Demorizi era un genio al que solo sería posible conocer por la valiosa y copiosa obra que dejó inédita. El Archivo General de la Nación publicó una, en dos tomos,  pero  solo refleja su oposición a Trujillo, la valentía al analizar con la verdad noticias disfrazadas y la revelación de interioridades de los hechos que pocos conocen. Son un gran aporte y la  primera publicación tras 36 años de su muerte.
Pero queda pendiente su Autobiografía, que lo que menos contiene es su historia personal. Es el recuento de lo que ocurrió en la República y el mundo desde su nacimiento hasta poco antes de su deceso, anotado con detalles, interpretaciones, descripciones y hasta correcciones impresionantes. También sus enciclopedias “Dominicana” y la “Americana”, en  que plantea propuestas sobre cómo desintegrar las alta y baja presión, reformar el calendario, la brújula, la hora…
Dejó además dos  diccionarios, uno Bibliográfico y otro Bilingüe o Multilingüe. Era muy cuidadoso con los idiomas, en todas sus anotaciones, hasta las de economía, cuestionaba ortografías y traducciones.
Se ignora dónde y cómo aprendió inglés. Quizá le ayudaron sus  trabajos en compañías extranjeras, como “Foreing Bankin Corporation” o los tantos años que vivió en Puerto Plata,  con su activo  muelle de exportación e importación y sus turistas. Trabajó además como “tenedor de libros, cajero y apoderado” en la casa de J. G. Sobá.
Tampoco han salido a la luz su “Guía para dominar todas las colecciones de leyes y la colección de la Gaceta Oficial (1916-1929)”, las “Efemérides ordenadas para el estudio de la independencia política del Nuevo Mundo”, “Legislación e historia dominicana 1844-1930”; “Código de Derecho Internacional Privado”, “Nómina de los altos funcionarios dominicanos y extranjeros 1844-1930”, “Riqueza dominicana”, “Resumen de economía política”,  “Índice general del Código de comercio adoptado en 1844”, “Índice histórico en orden alfabético”, “Cronología para dominar toda la legislación dominicana”, “Cronología de la Anexión a España”, “Capitalismo práctico” y otras que debe tener su descendencia o Juan Vargas, en quien delegó la publicación del diario clandestino que llevó en el trujillato.
Definido como uno de los primeros economistas dominicanos y llamado por Vetilio Alfau Durán “pionero de los índices”, de su autoría solo circuló limitadamente un estudio de los principales textos de historia de Santo Domingo.
En su biografía no dice que asistiera a la universidad. Comentó que si lo consideraban versado en muchas materias era porque se mantenía consultando constantemente su rica biblioteca, de la que hablaba con tanto orgullo como de su padre, de quien dice recibió sólidos conocimientos.
Odiaba los cargos públicos y probablemente el único que ocupó fue el de síndico de Puerto Plata, por 96 días, ya que fue sustituido por su indumentaria “y manera terca de ser terco”. Siempre vestía informal y es probable que impusiera llevar mocasines sin medias. Decía que ser funcionario quitaba tiempo a su trabajo intelectual. Además, su temperamento rebelde le impedía someterse. En 1937 estuvo preso por la publicación de un artículo sobre la producción de arroz, considerado injurioso.
Nació en Yásica, el seis de mayo de 1900 y luego vivió en Sánchez, La Vega, Santiago y Puerto Plata por cuestiones escolares. Concluyó como estudiante libre. Escribía en La Palabra, El Progreso, La Nación, Listín Diario, Boletín de Noticias y terminó siendo director-administrador de El Porvenir y de la sociedad Renovación. Además trabajó en la Industria Nacional Lechera y fue maestro de comercio.
Se la pasaba enmendando autores y ampliando conceptos que consideraba inexactos. Decía que todos los libros de su propiedad podían identificarse por las marcas. Murió en Puerto Plata el 26 de marzo de 1976. Era hijo de Félix Francisco Rodríguez Jiménez y Genoveva Demorizi Campos.
Diario antitrujillista.  Parece haber sido el mejor informado de “la Era” y era el más crítico de las actuaciones del tirano y sus acólitos. Se le aprecia anticlerical –al menos del alto clero de la época- y sobre todo, altamente preocupado por la economía nacional. Llamaba “estúpidos” a los que dirigían la banca oficial. Parecía simpatizar con la revolución cubana, Fidel Castro, el Che Guevara, y anticipaba acontecimientos que eran un secreto, como los desembarcos de 1959. Conocía que lo de las Mirabal no fue accidente y pensaba que Juancito Rodríguez fue asesinado en Venezuela pues “no era hombre de pegarse un tiro”.
Fue implacable con gobernadores y administradores bancarios cuando Trujillo se erigió en “zar de los bancos y de toda la economía, con un largo decreto”. En febrero de 1961 escribió: “Se rumora que Trujillo congelará los depósitos bancarios de más de $5,000 y que dará bonos. Pero olvida que hay más dinero fuera del alcance de sus estúpidos economistas, que, por ejemplo, el Banco de Reservas tiene apenas $7,000 en caja y en el Banco Central. Si esto circula se producirá una crisis bancaria pues todo el mundo acudirá a sacar dinero. Ya se había dicho que Trujillo le giró a la viuda de Jacinto Dumit y a Dominguito Bermúdez…”.
Defendió a Isabel Mayer y su familia cuando estos cayeron en desgracia, decía lo que había tras los foros públicos de El Caribe y los editoriales de Radio Caribe,  ridiculizaba a calieses, oficiales superiores, funcionarios y obispos llamándolos por sus nombres. Censuró la actitud de “los purpurados de la Iglesia en sus relaciones con el siniestro torturador de un pueblo” y lamentaba: “Que pequeños nos parecen los obispos cuando después de postrarse ante el César descienden cabizbajos por las escalinatas del Palacio Nacional, huyendo de sí mismos y de sus mitras vacilantes…”.
Este es uno de sus trabajos más extensos que dijo escribir con verdadero dolor porque “somos profundamente católicos y nacimos y moriremos bajo la fe de Cristo”.
Sin embargo, 15 días antes de su fallecimiento, presintiendo el final, Félix Rodríguez Tolentino, su hijo, llamó un sacerdote  para que lo confesara  y cuando Rodríguez Demorizi vio al cura “hizo el esfuerzo para levantarse y dijo que él no necesitaba esos ritos religiosos. “¡Carajo, es pura fantasía e ignorancia!”.

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