Por Diony Sanabia
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Santo Domingo (PL) La algarabía es total en una día cualquiera, el motivo para festejar está presente; como parte inseparable de la celebración suenan el acordeón, la tambora y la güira, y se escuchan populares estribillos.El forastero sonríe, resulta presa de la alegría y comparte con los dominicanos a partir de la seducción del merengue, ese ritmo pegajoso y sensual, nacido aquí bajo la influencia española, africana y aborigen de sus instrumentos musicales.
Para quienes habitan las dos terceras partes de la isla caribeña de La Española, en el este, desde niños hasta ancianos, el merengue representa un sello de identidad nacional.
Resulta casi imposible conocer a un dominicano sin escuchar de su parte alardes sobre la capacidad propia de bailarlo o las angustias por no saber hacerlo.
Cada verano, a finales de julio o principios de agosto, el Malecón de la capital se convierte en una gran plaza donde nacionales y foráneos mueven sus anatomías en los festivales de merengue.
Meses más tarde, algo similar acontece en la norteña provincia de Puerto Plata y otros lugares del país, aunque todo el año es permanente el cultivo de este género musical, cuyas primeras referencias denotativas datan de mediados del siglo XIX.
En dichos festivales, inaugurados en la década del 60 de la centuria anterior, se presentan las mejores orquestas, estrellas del momento y los merengueros que hicieron historia y llevaron el ritmo más allá de las fronteras dominicanas.
Las jornadas de fiesta, hasta las últimas horas de la noche y las primeras de la madrugada, traen la presencia física de artistas de la talla de Johnny Ventura, Milly Quezada, Fefita la Grande, Toño Rosario, Fernando Villalona y Juan Luis Guerra, entre otros.
Al mismo tiempo se recuerdan a grandes exponentes, promotores y bailadores como Francisco Ñico Lora, Casandra Damirón, Nereyda Rodríguez y Agustín Pichardo, ya fallecidos.
Junto a la música, también ocurre el comercio de artesanías, alimentos ligeros, dulces locales, bebidas refrescantes y alcohólicas, y se realizan múltiples exhibiciones y juegos para diferentes edades.
Cada quien disfruta a su manera, sea negro, blanco o mestizo, rico o pobre, hombre o mujer, religioso o ateo, pues el merengue, como afirman sociólogos y otros estudiosos, contagia a todos por igual.
Su música, plantean expertos, es muy variada y rítmica, y el género más extendido se divide en secciones que pueden ejecutarse de manera independiente o combinada.
A la primera parte, que es una introducción y se caracteriza por su lentitud, se le conoce con los nombres de paseo, merengue derecho, o bolemengue; la siguiente es denominada merengue de segunda y la última con el calificativo de jaleo.
El llamado Compadre Pedro Juan constituye un ejemplo clásico del merengue con todas sus secciones, y otras obras sólo se tocan en el formato de pambiche (de la tela Palm Beach), como sucede con el bautizado Juan Gomero o Juan Gomera.
De las variantes actuales, las más extendidas son el merengue cibaeño, de la región norteña del país, y el pri-prí, de la parte sur y este. Las canciones son ejecutadas por un solista, a quien le acompaña frecuentemente un coro de voces, y se refieren a diversos temas de la cotidianidad del dominicano en todos los órdenes.
Por eso no es extraño escuchar títulos de creaciones o fragmentos de ellas como "A mover la colita", "Sé que te perdí", "Si tú te vas" y "Abusadora".
Diversos estudios aseveran que en sus inicios las canciones de merengue estaban relacionas mayoritariamente con sucesos tristes, pero poco a poco la situación cambió.
Un decreto del presidente Leonel Fernández en 2005 instauró el 26 de noviembre como su Día Nacional pues en esa fecha de 1850 apareció escrito el vocablo merengue por primera vez en el periódico dominical El Oasis.
Con el desarrollo del ritmo en tres siglos, hoy se le hace difícil al visitante andar por suelo dominicano y no contagiarse de la música y el baile del merengue.
*Corresponsal de Prensa Latina en República Dominicana.
arb/dsa
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