29 de julio de 2013

Haití: la punta del iceberg


Oscar Medina
Cuando el gobierno haitiano decidió prohibir bajo alegatos infames la importación de huevos y pollos desde República Dominicana, de forma desconsiderada y unilateral, un amplio segmento de la clase empresarial y comercial hizo mutis ante una afrenta tan grave e inamistosa.

Algunos hasta llegaron a ejercer presiones a través de sus enclaves mediáticos y sus vínculos gubernamentales para impedir que las autoridades dominicanas dieran una respuesta proporcional al comportamiento agresivo del vecino.

Alegaban la insignificancia de los productos avícolas en la balanza comercial con Haití, a los que atribuían menos de un 5 por ciento del total de nuestras exportaciones. Y que “por tan poca cosa” no se podían tomar acciones enérgicas mientras exigían respeto “por las decisiones soberanas de los haitianos”.

Hasta el Presidente Medina debió recular sus firmes posiciones iniciales.

Como bien dice la gente que no hay peor ciego que aquel que no quiere ver, y ante la cortedad de mira de esos segmentos del empresariado dominicano, nadie fue capaz de apreciar que esa restricción avícola era solo el principioÖy que eventualmente las decisiones del gobierno haitiano afectarían a todos los exportadores y consecuentemente a la economía nacional.

Porque desde el primer momento la razón de la veda avícola del gobierno haitiano no fue bien leída. Las mentiras traían de fondo una actitud, una determinación y una decisión política de reducir el comercio con los dominicanos.

Una decisión motivada en múltiples factores.

El primero quedó evidenciado con la desfachatez con que el embajador de Haití en República Dominicana, Fritz Cineas, sugirió que dominicanos y haitianos nos sentáramos a discutir conjuntamente los temas de comercio y migración. Para esta clase dirigentes haitianos, como la economía dominicana se favorece de la relación comercial con Haití, los dominicanos deberíamos ceder en temas migratorios y de soberania. Una especie de “dando y dando” absolutamente absurdo y que el Estado dominicano no puede aceptar bajo ninguna circunstancia.

Por otro lado, Haití no cuenta con estructuras recaudadoras internas, y por eso sus ingresos dependen de las recaudaciones aduanales. Y con los niveles de informalidad que hay en el comercio con República Dominicana, se le dificulta la aplicación de los aranceles. Por lo tanto, los haitianos pretenden que sea el Estado Dominicano que les recaude al menos una parte de los 300 millones de dólares en que ellos cifran las perdidas fiscales que les ocasiona la informalidad del mercado y el contrabando.

También Haití tiene la intención de crear su propia estructura productiva. Algo a lo que tiene absoluto derecho, y que para su gobierno constituye además un deber. Pero esa política no se basa en un modelo legitimo de sustitución de importaciones, fundamentado en aranceles proteccionistas y exenciones al productor local, sino vedas y prohibiciones basados en mentiras y absurdos.

Como el caso de los pollos y los huevos, que hicieron mucho daño a productores locales.

Pero como los productores y comerciantes de productos avícolas suelen ser campesinos y gente de poco abolengo e influencia en los círculos de poder, muy pocos les acompañaron en su calvario y los dejaron a su suerte cuando el vecino malcriado prohibió la entrada de huevos y pollos a su territorio. No intercedieron los gremios empresariales y menos los segmentos mediáticos puestos a sus servicios.

Ahora que desde Haití se prohíbe la importación de productos plásticos, alegando supuestos daños medioambientales, entonces saltan las alarmas de estos gremios. Y para esas preocupaciones tienen una visión que alcanza hasta los “50 años de vida empresarial”.

Algo que no debe sorprender. Porque la industria del plástico está en manos de familias empresariales tradicionales, con altos niveles de incidencia en el CONEP, en la Asociación de Industrias, en la ANJEÖ Y manejan medios, tiene vocería, periodistas, programas, periódicosÖ

Los “alarmados” industriales criollos dicen que la disposición de consejo de ministros del gobierno haitiano que prohíbe a partir del primero de agosto la importación y comercialización de bolsas, objetos y envases de polietileno de fabricación dominicana, provocaría perdidas en el orden de los 75 millones de dólares anuales a la industria nacional, y por tanto exigen al gobierno que “solucione este impasse”.

Este nuevo “acto soberano” del gobierno de la Republica de Haití debería alegrar a quienes desde hacia tiempo venían alertando sobre la indiferencia de esos grupos empresariales dominicanos frente a un problema que se veía llegar.

Ahora falta que prohíban la importación de cemento gris bajo el alegato de que “no hace mezcla”; que prohíban la entrada de varillas de acero aduciendo que “se doblan fácilmente”, y que prohíban también las pinturas dominicanas diciendo que “dan cáncer y no pintan bienÖ”

Distraídos mirándose el ombligo, ahora los empresarios dominicanos podrán parafrasear a Martin Niemˆller, filósofo alemán y pastor protestante a quien le toco sufrir los rigores de la Segunda Guerra Mundial, y que saltó a la fama universal por su poema: “Cuando los nazis vinieron por los comunistasÖ”

Y entonces los empresarios podrán decir:

“-Cuando los haitianos prohibieron los salamis, yo guardé silencio porque no hacia salamisÖ

“-Después prohibieron los huevos y los pollos, y guarde silencio porque no produzco huevos ni pollos...

“-Después vedaron los plásticos, y no protesté porque no fabrico plásticosÖ

“-Después me vedaron a mí, pero para ese momento ya era demasiado tardeÖno quedaba nadie para defendermeÖ”

¡ÖY entonces entraron todos!

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