¡Oh, Dios...! Por qué no lo nombraron en la Unesco
Debo admitir con la mayor franqueza que carezco de atributos intelectuales para administrar la ironía como técnica literaria. Por eso ni lo intento...
A lo más que llego es a decir la verdad de la única forma en que sé decirla: clara y frontal, algo que aprendí desde mis años de reportero en los inicios de Última Hora, hace ya más de 40 años.
Porque nunca he podido confundir la responsabilidad de enseñar diciendo la verdad, con la hipocresía, la mentira, la simulación y hasta el falso orgullo intelectual... Y mucho menos con la envidia para generar odios y rencores.
Por eso cuando Leonel Fernández me pidió que me fuera a Europa como embajador, después de tres años en Chile, le dije que sólo me iría a España porque ya estaba muy viejo para empezar a aprender idiomas como el alemán o el ruso, y que mi plan era permanecer en el país reasumiendo mi viejo oficio de periodista. Lo mismo que le dije a Danilo.
Pero insistió en que me fuera unos años a Europa y aceptó designarme en España, algo que siempre le agradeceré. Porque considero que la gratitud es una de las mayores virtudes humanas.
De no haberlo hecho, jamás habría reaccionado con soberbia y odio hacia él. Creo que los presidentes están en el derecho ñy tienen hasta la obligaciónñ de escoger a quienes consideren los mejores hombres para gobernar.
Origen del odio
No existe ninguna razón para que alguien se frustre porque no se le complazca con una posición en la burocracia estatal o en el servicio exterior.
Por eso cuando el profesor Andrés L. Mateo le pidió por varias vías a Leonel Fernández que lo designara embajador ante la Unesco, probablemente lo hacía con el mejor propósito de rendir un buen servicio al país en el más importante organismo vinculado a la ciencia, la educación y la cultura que tienen las Naciones Unidas.
Probablemente lo habría hecho con el mismo nivel de eficiencia conque fue subsecretario de Cultura en los cuatro años de gobierno de Hipólito Mejía. De eso puede dar fe mejor que nadie quien fue su jefe y superior inmediato, el poeta Tony Raful.
Tal vez si Leonel se hubiera imaginado que con su negativa a designar a tan notable intelectual en la Unesco se estaba ganando un ilustre enemigo, tampoco lo hubiera nombrado.
Porque... a fin de cuentas, ¿qué importa uno más rumiando su odio visceral y su miseria humana, que lo retrata de cuerpo entero?
Para saber eso y decirlo con el “debido respeto” no se requiere administrar bien la ironía como técnica literaria.
Y creo que tampoco debe ser necesario haber leído “El Periquillo Sarniento” ni “Don Catrín de la Fachenda” para ganarse la admiración del ilustre profesor Andrés L. Mateo.
Porque su jefe político ni siquiera se ha leído la edición de bolsillo de El Quijote.
Lo que sí asquea
Lo que más debería asquear al señor Mateo, por lo menos en su condición de profesor, es el insulto artero. No por mí, que no he hecho ninguna otra cosa que criticarle su infame vocación a degradar a los demás. Sino por sus alumnos.
¿Qué puede decir el estudiante en formación cuando un individuo de tal calaña se para frente a él en el aula universitaria?
Es la actitud propia del individuo sin calidad para impartir enseñanza en una universidad.
Cuando el desprecio a la crítica lo hace desbordar los límites de lo racional, el señor Mateo muestra su condición humana miserable, que lo descalifica en su mordaz y persistente campaña de descrédito contra Leonel, lo mismo que en su momento hizo contra Bosch, contra Balaguer y contra el resto de la intelectualidad académica que lo ensombrece.
Es un resentido social de tomo y lomo. Y nunca ha sido distinto.
Eso lo sabe todo el mundo, en su propio mundo...
¡Oh, Dios, cuánta miseria!
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