Mientras Naciones Unidas (y ahora la Cruz Roja) advierten que Siria vive virtualmente una guerra civil, Rusia sigue apoyando al presidente Bashar al Asad pese a la condena internacional. Este lunes, el canciller ruso Sergei Lavrov, dijo que los esfuerzos de occidente para cambiar la posición de Moscú eran equivalentes a un "chantaje".
El comentarista político ruso Konstantin von Egger explica las razones para este apoyo irrestricto.
Los analistas políticos internacionales tienden a atribuir el rígido apoyo de Moscú a Siria evocando las ventas de armas –se calcula que Damasco ha hecho órdenes a Rusia de alrededor de US$3.500 millones– y la base naval rusa en el puerto de Tartous.
Pero sólo eso no es suficiente para justificar la aparente indiferencia de Rusia ante el negativo impacto que para sus relaciones con Estados Unidos, la Unión Europea y la mayoría de los países árabes tiene su defensa del gobierno de Al Asad.
La explicación tiene mucho que ver con la política interna rusa y las obsesiones de su clase política.
Al apoyar a Damasco, el Kremlin le dice al mundo que ni la ONU ni ningún otro cuerpo o grupo de países tiene derecho a decir quién debe o no gobernar un país.
Si se mira la crisis siria desde este ángulo, muchas de los inexplicables actitudes en Moscú empezarían a cobrar sentido.
La soberanía es lo importante
Desde la caída de Slobodan Milosevic en 2000, pero especialmente desde la "Revolución Naranja" de Ucrania en 2004, los líderes rusos han vivido obsesionados con la idea de que EE.UU. y la UE han derrocado a los gobiernos que, por cualquier razón, no les interesan.
La clase política rusa nunca ha aceptado conceptos como la "responsabilidad de proteger", que busca limitar la posibilidad de que gobiernos autoritarios repriman a su propio pueblo.
La soberanía, para los políticos rusos, significa licencia ilimitada para gobernar a placer dentro de las fronteras nacionales.
Desde la operación de la OTAN en la antigua Yugoslavia, en 1999, Moscú desconfía de la retórica humanitaria occidental y lo ve como una manera de ocultar cuando buscan deliberadamente un cambio de régimen.
En 2001, la crisis de Libia revivió estos medios. Muchos líderes rusos, incluso el presidente Vladimir Putin (entonces primer ministro) y también Dimitri Medvedev, consideran un desastre el haberse abstenido en la votación del Consejo de Seguridad de la ONU que autorizó una "zona de exclusión aérea".
Para Putin, eso abrió una vía a una intervención extranjera apoyando a una de las partes en lo que esencialmente era una guerra civil, y para la eventual remoción del poder del coronel Muamar Gadafi.
Parece que el "nuevo" presidente ruso decidió no dejar que esto vuelva a pasar. Así la línea dura de Moscú ante Siria no es sólo una forma de defender intereses particulares sino además una manera de hacer valer su punto de vista respecto a lo que deben ser las relaciones internacionales.
Un alto diplomático ruso recientemente afirmó: "No podemos prevenir que lo intenten. Pero no les volveremos a dar la cobertura de una resolución de la ONU".
Salvar la cara
Moscú clama que tiene una influencia especial sobre Damasco, pero parece que en lugar de aconsejar a Al Asad un cambio en sus actitudes, los emisarios rusos hasta hace poco le decían "ayúdanos a ayudarte".
Esta estrategia empieza a desmoronarse según avanza hacia el fracaso la misión del enviado especial de la ONU, Kofi Annan, y la legitimidad de las autoridades sirias sufren de una hemorragia acelerada.
"El principal objetivo de Moscú sigue siendo una solución que salve la cara de Al Asad y que al menos no aparezca como un "cambio de régimen" en su forma más clásica"
El Kremlin empieza a plantearse la posibilidad de una salida de Al Asad, pero todavía lo ve como algo remoto.
Piensa que con la ayuda de Rusia, Irán y China, el líder sirio tiene una posibilidad de prevalecer a sus opositores.
Sin embargo, aunque Al Asad tenga que ser forzado a salir, los rusos esperan trabajar duro para crear un marco negociador que implique la participación de potencias extranjeras y que le dé a Moscú la posibilidad de mantener intactos sus intereses comerciales y militares en el país.
Pero el principal objetivo de Moscú sigue siendo una solución que salve la cara de Al Asad y que al menos no aparezca como un "cambio de régimen" en su forma más clásica.
Fuera de micrófonos, a los funcionarios rusos les gusta apuntar a las negociaciones en Yemen que terminaron con la salida del veterano Ali Abdulá Saleh de la silla presidencial, garantizándole inmunidad e instalando a su vicepresidente como jefe de Estado.
Pero con el devenir trágico que está adoptando la situación en siria, tal escenario parece cada vez menos probable, lo que bien podría dejar a Moscú atrapado en su apoyo a Al Asad hasta el más amargo de los finales.
Redacción
BBC Mundo
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