7 de agosto de 2012

UNA EPOPEYA CUBANA QUE DEBEMOS REPLICAR


                                        Una gran epopeya cubana

La erradicación del analfabetismo, hace ahora medio siglo (22 de diciembre de 1961), es una de las más grandes e importantes hazañas de la revolución cubana. Sin embargo, pocos, con excepción de expertos o personas interesadas, conocen fuera de Cuba –incluso entre sus numerosos amigos– los antecedentes históricos, los pormenores políticos, técnicos y organizativos y la impronta de la Campaña Nacional de Alfabetización (CNA). Por cierto, tampoco existe un conocimiento suficiente del tema entre las nuevas generaciones de la isla.

 

La CNA tuvo una enorme trascendencia como hecho multiplicador en lo cuantitativo y cualitativo de la inédita revolución cultural operada en Cuba y en el delineamiento de una nueva pedagogía enraizada en la mejor tradición cubana y universal. A la vez influyó notablemente en la fisonomía ideológica, política, social y cultural que tomaría a largo plazo la revolución cubana. Al extremo que es imposible explicarse cabalmente sus contenidos socialistas, su originalidad y ética humanista, sin tener noción de la magnitud que llegó a alcanzar como movimiento popular de masas así como de sus principales rasgos distintivos.

Aunque no sean suficientes para aprehenderlo cabalmente, los datos estadísticos son indispensables para imaginar las dimensiones y calado social del esfuerzo alfabetizador. En 1961 fueron censados en Cuba 907 mil 209 analfabetos, de los cuales se alfabetizó a 707 mil 212 por 262 mil 793 maestros y alfabetizadores populares. Si se suman los maestros, los alfabetizadores y los analfabetos –sin contar los numerosos activistas– da un total de un millón 248 mil 930 personas vinculadas a la CNA. Pero si tomamos la propuesta del historiador de la educación en Cuba Felipe Pérez de la Cruz, de sumar a aquellos su cálculo de 3 millones 122 mil 325 familiares de analfabetos y alfabetizados, el número de personas asociadas a la empresa asciende a 4 millones 371 mil 255. O sea, 63.05 por ciento de los 6 millones 933 mil 253 habitantes que constituían la población estimada de Cuba en 1961.

A estos datos deben añadirse otros no menos importantes que pueden ayudar a completar la visión sobre el profundo y acelerado cambio en las concepciones ideológicas y políticas imperantes en la sociedad y el renunciamiento, la generosidad, la solidaridad humana y el espíritu de sacrificio que unió a las millones de personas implicadas en la épica contienda.

Un caso sumamente ilustrativo es la movilización voluntaria de 89 mil 500 brigadistas Conrado Benítez hacia áreas rurales, en su totalidad estudiantes secundarios de ambos sexos que nunca se habían separado de sus padres, a los que éstos autorizaron a marchar frecuentemente a parajes muy lejanos e intrincados, como zonas montañosas, durante los meses que duró la CNA. Más aún, la intensificación por la contrarrevolución en los últimos meses de 1961 de los asesinatos contra alfabetizadores y activistas fracasó estrepitosamente pues la inmensa mayoría de los jóvenes permanecieron alfabetizando en sus zonas de destino. Todo ello muestra la enorme confianza de padres y madres en la revolución y su firme compromiso no sólo con la tarea alfabetizadora sino con su carácter socialista proclamado en abril de 1961, vísperas de la invasión de la CIA por Bahía de Cochinos. Esa actitud también se había puesto en claro durante la agresión misma, momento en que se iniciaba la capacitación y la movilización de las Brigadas Conrado Benítez, que no se interrumpió ni en esa circunstancia extrema.

La CNA fue una gran escuela para todos sus participantes. Alfabetizadores, analfabetos, activistas y dirigentes se vieron envueltos en un espíritu colectivo de consagración a la tarea que permitió romper barreras seculares de incomunicación. Para los alfabetizadores y sus padres –que siempre que podían visitaban a sus hijos– se abrió una puerta para conocer las virtudes, valores y carencias del mundo agrícola y campesino, contra el que tantos prejuicios existían en la sociedad urbana. Los brigadistas se alojaban con frecuencia en la casa de los campesinos que alfabetizaban y esto dio pie a duraderas relaciones de amistad y compañerismo. De la misma manera, la CNA fue también un vehículo fluido de relaciones interraciales y por lo tanto un ariete contra la discriminación racial del negro –fuera analfabeto o alfabetizador–, estereotipo sembrado durante la esclavitud de la población de origen africano y apuntalado siempre por la cultura dominante como medio para dividir al pueblo explotado.

Ángel Guerra Cabrera
La Jornada

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